Eran las dieciséis cincuenta y tres cuando
sonó el teléfono de la oficina. Un escalofrío premonitorio me erizó la piel de
la nuca, impidiéndome por unos instantescualquier posibilidad de reacción.
Cuando al fin logré atender, la voz de socarrona negligencia, a la que se
aferraba Hernán cada vez que se sentía en falta, me saludó con el hola más
deslucido que le escuché jamás. Sin permitirme contestarle, me dijo que había
sacado sus cosas del departamento y que ésta, era la última vez que hablábamos.
Que lo nuestro ya no tenía sentido, que el aburrimiento y la rutina se habían
hecho cargo de nuestras vidas y que él necesitaba un cambio, retos nuevos y que
yo, evidentemente, no encajaba en el esquema. Así nomás. Y cortó.
Cuando estaba poniendo la llave en la
puerta, todavía tenía la esperanza de haber sido objeto de una broma de mal
gusto, de la que reiríamos juntos cuando se me pasara el enojo y la angustia.
Pero sólo el viejo sillón que nunca resolvimos reemplazar y el ladrido del
labrador, que retumbaba en el cuarto casi desnudo, me recibieron.
Se había llevado mucho más que la mitad de
las cosas que compramos juntos. Únicamente las fotos quedaron todas… y el perro;
las fotos, porque formaban parte del pasado que quería desterrar y el perro,
aún no decidí si fue por generosidad o por desidia.
Me recosté en el lugar que habitualmente ocupaba
él. Quería, al menos, saber si su olor se había quedado conmigo. Y me quedé
allí durante un montón de tiempo. Días, semanas…no lo sé. Y por fin abrí las
ventanas.
Recién entonces pude pensar Hernán, y
enojarme mucho con vos, desgraciado. Dieciséis años y decidiste que una despedida por teléfono era suficiente. Ya sé
que fue de ese modo porque en el fondo sos un cobarde. Los molinos de viento siempre
fueron cosa mía. Ahora me doy cuenta de que hasta Sancho te quedaba grande.(Mentira,
amor).
Creo que nos conocemos desde siempre. Desde
el colegio secundario. Te sabía vulnerable y quería que sintieras que te
apoyaba en tu difícil camino diferente. Te defendía cuando los otros te tomaban
el pelo. Por eso, siempre venías a verme cuando algo te ocurría. Como esa
noche. Llegaste hecho una piltrafa,
borracho, destruido porque tu último amor te había dejado. Estuve horas
intentando consolarte. Puse música para alegrarte y al rato te paraste y te
pusiste a bailar. Me arrastraste a tu lado y broma va, broma viene, terminamos
en mi cama. A partir de ese instante, te me instalaste debajo de la piel.
Debería haberme asombrado, pero no. No se me ocurrió. Es que vos Hernán, para
mí, fuiste mucho más que un amor; fuiste el concepto del amor. En vos encontré
ese algo que, sin saber qué era, siempre había anhelado y que hacía
insustancial que fueras Medusa o
Minotauro, hombre o mujer. Eras la maravilla del amor.
Por eso me dolió tanto, cretino, que no
fueras capaz de salir de tus miedos para obsequiarme un adiós a mi medida.
Nunca dije nada de las tonterías que hacías
cuando íbamos de vacaciones. En los hoteles, siempre habitación single. En casa
de tus padres, que hacían un esfuerzo inmenso por sonreírnos y se creían
liberales por eso, ni una miga de la comisura de la boca podía sacarte, porque
te ponías tenso y me mirabas con desesperación cada vez que me acercaba. Te
relajabas puertas cerradas. Intra muros eras vos. Vos y tu irónico sentido del
humor. Vos y tu risa contagiosa. Vos y tu ternura. Vos y tus deseos de absorber
cada instante de la vida. Vos gritando que me amabas para siempre.
En
cambio a mí lo que me hacía daño era no compartir con el mundo nuestra historia.
El ocultamiento me agotaba y me sorprendía y te resultaba raro que yo no temiese el dedo acusador de muchos. Yo,
que hasta llegar a vos, navegué en el barco correcto.
Eso sí, tuve que entender que no sabías qué
te pasó con el vecino del 15 A. Que fue un momento, que se habían conocido
paseando a los perros, que siguieron charlando y que viste cómo son esas cosas.
No Hernán, no vi nada. Tuve que aprender. Y encima te ofendías cuando yo
explotaba porque el dolor de tu traición se me hacía insoportable y dudaba
entre seguir intentando construir a partir de lo que había quedado, o mandarte
a la mierda. Y eso también pasó y me alegré de haberme quedado.
Te
dabas el lujo de ponerte como loco cuando alguien me miraba, o era un poco más
simpático de lo que considerabas necesario. Pero tampoco eso me importaba,
porque me amabas y mi vida estaba completa porque vos estabas a mi lado. Y
compartíamos un montón de libros, un montón de música y un montón de horas
placenteras en el teatro o en el cine.
Y de pronto, supongo que no tan de pronto,
porque las despedidas se van elaborando de a poco -sólo que no tuve en cuenta
que debía prestar atención- el adiós brutal.
Me trataste como a una cartilla de racionamiento, usando los cupones uno
a uno, hasta que se agotaron. Y me desechaste de cualquier modo, tirando a la
basura también mi percepción de mí y la
buena fe. Y a eso no lo olvidaré. Así que si alguna vez cambiás de idea y de
repente te das cuenta de todo lo que perdiste, no se te
ocurra volver.
Cristina Salera
Muy bueno . El placer de leer :)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarExcelente Cristina!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarUna historia de amor y de adiós muy bien contada
ResponderEliminarMuy buena y para prestar atención de quien se habla
ResponderEliminar