Las luces de las calles del pueblo comenzaron a encenderse,
dibujando en sucesión la sombra de los árboles, que acariciaban las paredes de
las casas chatas. Recién acababa de
pasar el camión regador, aplacando el polvo
que se colaba por las rendijas de
puertas y ventanas y teñía en sepia a los muebles, para hacerlos más parecidos a
sus moradores.
En dos sillas bajas de paja, colocadas a ambos lados de la
puerta, una mujer canosa y su hijo contemplaban el atardecer.
-Anoche te escuché gritar -dijo la mujer -llorabas cuando te
desperté. Te está pasando mucho últimamente.
-No me acuerdo de nada-dijo el hombre- y después de pensarlo
un rato, agregó-me estoy despertando cansado y con la cabeza pesada-
-Nunca hablaste del tiempo en las Islas-
-¿Para qué revolver el pasado, mamá? ¿Por qué ahora? Eso ya
es historia antigua y a nadie le importa-
-A mí me importa. Ya no eras el mismo cuando volviste. A
partir de ahí no supe como tratarte-
-Lo importante fue que estuvieras, vieja. Y estuviste-
-Me sentí tan inútil. No podía alcanzarte. Habías levantado
una pared a tu alrededor-
-¿No podemos hablar de otra cosa? ¿Por qué esa necesidad de
meter el dedo en la llaga?-
-Porque no te veo bien. Por eso. En la tele los sicólogos
dicen que cuando se comparten las tristezas, se vuelven más llevaderas-
-Qué querés compartir conmigo si no tenés la menor idea de
lo que fue aquello. Mierda, vieja. Pura mierda y desesperación. Mierda y un
viento perpetuo. Mierda y frío. Mierda y hambre. Mierda y miedo .-¿Estás
contenta?-
Ella se levantó de la silla y se acercó a su hijo. Con gesto
cansado, comenzó a acariciarle la cabeza mientras tarareaba muy bajito una
vieja canción de cuna.
En ese intervalo, un hombre con apenas más de cuarenta años,
pasó arrastrando los pies por el medio de la calle. La ropa que llevaba, era de
excelente calidad; todavía resaltaba entre la mugre y los remiendos. Sus ojos
tristes miraban con dolor desde la maraña
de cabellos y barba. Murmuraba siempre
la misma frase: “cave ne cadas”.
-Hace como un mes que apareció por el pueblo. Es más joven
que vos, me parece.-dijo la madre-Una vez le pregunté qué significaba. –Es
latín- me contestó- Y significa “cuida de no caer”. Era una advertencia que un
esclavo daba al triunfador romano para evitar que se envaneciera demasiado.-
La mujer se acercó a la silla y con dificultad, volvió a
sentarse.-Para mí tampoco fue fácil aquél tiempo-dijo-Todas las mañana me
despertaba llorando. ¡Te habías ido tan lejos! Apenas me acordaba de dónde estaban las islas en el mapa.
-Cuando me llamaron, me sentí lleno de orgullo. ¡Me iba a hacer patria!
Todos nosotros, durante la instrucción, estábamos convencidos de que en poco
tiempo echaríamos a los ingleses-
-¡Las peleas que tuve con tu papá en esa época! Yo quería
usar los pesitos que teníamos para que te fueras. Bolivia, Paraguay, no me
importaba dónde. Sólo necesitaba saberte
vivo en algún lado-
-No te culpés por eso. Jamás me hubiera ido. ¿ Escaparme yo? Si no veía las horas de estar allí y hacer
la diferencia. Si hubiera sabido….
-De aquí se llevaron a tres. ¿Te diste cuenta que todos de la misma calle? Una mañana pasó
el cartero y al ratito escuché un grito desgarrador. Salí corriendo a ver qué
pasaba y la veo a la Elsa llorando sentada en la vereda, con el telegrama en el
que le avisaban que su hijo había muerto,
hecho un bollo en la mano derecha.-
-No me enteré de la muerte del Marcos hasta que estuve de
vuelta. Nos mandaron a lugares diferentes. Yo estaba con gente que no conocía.
Pero allá, después, nos hicimos amigos. No había nadie más. Nada más. Sólo el
sonido eterno del viento frío en ese páramo marrón.-
-Después de lo de la Elsa, cada vez que veía al cartero
apuntar para este lado de la calle, mi corazón dejaba de marchar y empezaba a
latir de nuevo cuando él seguía de
largo. ¡Pobre Lulo! Llegué a odiarlo y eso que fuimos compañeros toda la
escuela.-
-Nunca había salido del Chaco y no sabía que se pudiera
sentir tanto frío. Y nunca había visto morir a nadie. Tuve que abrazar a unos
cuantos. Fue lo único que pude hacer. Quedarme
hasta que todo termine. Y los ruidos de las armas y los fogonazos que
retumbaban más fuertes en nuestros estómagos
siempre vacíos. Todos llorábamos a veces…Si éramos unas criaturas-
-No sabés qué alegría
cuando te vi llegar esa tarde. Flaquito y asustado, pero entero. Eso quise
creer durante mucho tiempo.-
-Yo también viejita. Te juro que aún lo sigo intentando.
Cada mañana me miro al espejo cuando me afeito y le digo a la imagen: Ponete
las pilas, Carlitos, que sos de los suertudos que volvieron. No sé, hago el esfuerzo, pero hay algo…como
que se me murió allá.-
La mujer da vuelta la cabeza para que él no vea en su cara
la compasión infinita por esa vida truncada y le dice simplemente: -ya es tarde
hijito. Me voy para la cocina a hacer la cena y vos entrás las sillas. ¿dale?
CRISTINA SALERA
CRISTINA SALERA
Postal de una época que nos marcó y nos marca a todos los argentinos
ResponderEliminarEmocionante relato de una locura terriblemente dolorosa ;(
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