jueves, 26 de junio de 2014

LA VENGANZA

El centro era un hormiguero, pero ya le quedaba poco para llegar a su casa. Con sólo tomar un subte, ya terminaría con ese sufrir vivido por tantos papeleos burocráticos. El ska que venía escuchando casi que calmaba su mente, lo mantenía aislado de ese tsunami formado por la gente al entrar y salir de los vagones. Llegó con su transporte a plaza Miserere – ya falta poco, camino un par de cuadras y estoy en casa- se decía a si mismo con una voz cansina. En un momento, más adelante sobre su misma vereda, le pareció ver una silueta familiar contemplando una vidriera. Trataba de deducir quién era aquella persona, se trataba de una mujer, pero no podía discernir de donde la conocía. Su andar lo llevaba a acercarse cada vez más a ella. Sus fatigados ojos, que habían sufrido una noche de mal sueño, mucho Internet y la falta de sus anteojos que supuestamente no debían quitarse; se esforzaron por descifrar la identidad de la mujer y por fin este intento fue el definitivo. La sorpresa que obtuvo fue desagradablemente grande, la mujer era Sofía, su flamante ex-pareja desde hacía ya dos meses.
La mañana había sido ya lo suficientemente mala para cerrarla con ese encuentro por lo que decidió aminorar su velocidad y cambiar el curso de sus pasos. Encogía los hombros como si esto pudiera hacerlo invisible. –¡Martín!- se escuchó a las espaldas del joven que siguió caminando como si sus oídos no entendieran español. –¡¡MARTIN!!- se escuchó de nuevo en medio del tumulto, pero esta vez con una fuerza e insistencia que el  muchacho no pudo evitar voltear y así cruzar su mirada con la de ella.
Sofía corrió hacia él y le dio un abrazo. El pobre no sabía cómo ocultar sus emociones. Su separación fue madura pero sólo en apariencia ya que Martín la amaba con locura y ella le rompió el corazón con su alejamiento. Es por eso que la odiaba, la odiaba tanto porque la amaba tanto y esos sentimientos más que contrarios, son como hermanos. Se pasa de uno a otro con frecuencia, pero están emparentados.
Su abandono le hizo perder la confianza en las mujeres, le destruyó la autoestima, le ennegreció el corazón y sobre todo engendró un profundo odio por ella en su interior. Pero por dentro mantenía una imagen calmada y austera, que daba a entender que ellos podían ser amigos de todas formas. Y es esa imagen la que Sofía comprendía.
Ella lo saludó con mucho cariño portando su brillante sonrisa y sus hermosos ojos, tras sus lentes ovalados. Martín le siguió la corriente pero sin dejar de pensar lo mucho que la odiaba, deseaba que ella muriera en ese mismo instante, que alguien viniera a asaltarlos y antes de irse le diera un mortal tiro a su ex-novia. Pero nada pasaba y ella solo seguía hablando de su nueva vida, su nueva pareja y su nuevo trabajo. La sonrisa formada en el rostro de Martín se tendría que traducir como el mayor enfado del mundo. Pensaba que esta chica no merecía una vida tan feliz, es mas no merecía una vida siquiera por lo que le había hecho. Se elevaron un poco sus cejas, cuando recordó que dentro de su mochila tenía una trincheta que había traído del trabajo. Sería rápido. Un golpe en el cuello y su rabia estaría saciada. La idea rodeó su mente un minuto pero se alejo rápidamente, había mucha gente alrededor mirando y serían muchos los testigos de su acto vengativo.
Sofía se ofreció acompañarlo un par de cuadras hasta su casa, pensó él que esto traería una nueva oportunidad. Llegaron al primer semáforo mientras aún le hablaba de forma constante. Martín tuvo un nuevo plan, un simple empujón eso era todo, un empujón que la arroje al tránsito. Tal vez no podrían culparlo, tal vez piensen que había cruzado mal la calle. Acercó muy despacio sus manos a su espalda, sus ojos estaban fijos y sus dientes mordían su labio inferior. Sin embargo en el último segundo, el semáforo cambió de color frustrando otra vez su deseo.
Llegaron a la puerta de su departamento. Sofía le pidió si podía devolverle un libro que dejó olvidado la última vez que estuvo allí, dijo que dentro de este tenía anotado un celular importante que necesitaba. Aceptó Martín sin dudar, pensó que esta podía ser la chance definitiva para castigarla. Subieron al pequeño ascensor y presionó el botón del piso cinco donde él vivía. El cubículo casi que los obligó a estar pegados. Esta vez no hablaron, solo esperaron hasta que la máquina los llevara a su destino. El botón de emergencia estaba detrás de Martín y fue así que comenzó a confabular un nuevo plan de venganza. –Trabo  el ascensor y la mato acá nomás- retumbaba una voz en su cabeza que casi no parecía la suya –usa la trincheta –dijo la voz ya tratándolo en segunda persona. Una mueca chueca se dibujo en su boca. Pero fue demasiado largo su pensar, ya que en un suspiro el ascensor había tocado el piso pedido. Entraron ambos al departamento y entre el desastre bibliográfico que Martín tenía junto a su cama, comenzó a buscar el libro. Cuando abrió el cajón de la mesa de noche para buscar el libro, se encontró con el arma que había comprado hace ya unos meses. El arma con el que había comenzado a practicar tiro en el polígono junto a un buen amigo que lo convenció. Serviría esa práctica tal vez, para drenar un poco el odio que esa mujer parada a sólo unos pasos había dejado en él. Su mano pasó por encima  del revólver, lo rozó un momento con las yemas de los dedos. Lo tomó y tratando de sofocar el ruido, jaló el martillo hacia atrás –esta vez sí –se oyó del aire que pasó delicado entre sus dientes apretados, casi inaudibles. Volteó, solo para chocar con un beso de una pasión desmedida sobre sus labios. Dejó en su lugar el arma. Sus brazos quedaron extendidos y sus ojos abiertos de la sorpresa. A su vez los brazos de ella se envolvían en su nuca y sus ojos permanecían cerrados y húmedos de lágrimas. Rodaron en la cama que estaba tan cerca.
Aún así, estando sobre ella, el pensamiento de Martín no se posaba en su cuerpo ni en su rostro, sino en su cuello. Era el momento ideal para ahorcarla, para acabar con el alma de esta ninfa que tanto dolor le había causado. Más Sofía lo volteo a un lado de la cama y era ahora ella la que tenía el mando sobre el cuerpo del vengativo muchacho. Una oportunidad mas que se esfumaba.
Despertó Martín luego de horas de sexo y sueño por el ruido de la puerta al cerrarse. Saltó de la cama y tomando el revólver se dirigió hasta el pasillo a buscar a su víctima para evitar su escape, pero nadie estaba para apuntarle. El corredor estaba vacío. Volvió a entrar intentando armar en su cabeza, una explicación lógica de lo que había pasado. Caminaba por el monoambiente desordenado estirando sus músculos. Luego salió al balcón con el arma aún en la mano. Miró al cielo, respiró hondo y la puso sobre su cien; jaló el martillo y choco fuerte sus parpados. Abrió los ojos justo cuando pensó que sería su último respiro y vio a su ex alejándose por la vereda. Extendió su brazo y le apuntó lo más a la cabeza que le resultaba posible. Puso el dedo en el gatillo, exhaló todo el aire para no moverse y tener un mejor disparo. Vio a la mujer que mas odiaba en el mundo dar vuelta a la esquina, sin que él pudiera dispararle. En un gran suspiro dijo –que se muera- tiró el arma junto a una maceta y entró otra vez a la casa. Con una mano ponía la pava y con la otra se secaba las lágrimas. 


EZEQUIEL OLASAGASTI

miércoles, 25 de junio de 2014

EL HERMANO MENOR

Desde el instante en que abrió los ojos  para salir de un sueño oscuro y pringoso, y mientras se esforzaba por dar una lógica a sus pensamientos, sólo tuvo una seguridad: había llegado al estadio más bajo de las conductas humanas.
Con esfuerzo logró levantarse del sillón donde  se había dormido y trastabillando, fue hasta el baño. El gusto ácido de su boca lo asqueaba  y sin mirarse al espejo se cepilló los dientes. Se lavó la cara con agua bien helada, y recién en ese momento se atrevió a mirarse de frente; con horror descubrió que su camisa tenía una enorme mancha roja.
Esa visión lo ubicó definitivamente en la inexorable realidad. Hacía apenas unas horas había dado muerte a su hermano.
El resentimiento acumulado en toda una vida explotó  con su magma de recuerdos.
Su niñez había sido como la de cualquier niño,  pero con la llegada de su hermano  todo cambió.
Se había apurado demasiado a llegar a este mundo, y era pequeño y enfermizo. Nunca se olvidó de las noches insomnes escuchándolo  toser y resoplar con sus ataques de asma.
 “Horacio es más débil”, era la muletilla de su madre. Y sí, era el más débil, y con el tiempo comprendió que esa debilidad la podía manejar a su antojo. Los ataques recrudecían cuando el padre, que era el único que entendía ese manejo, lo reprendía cada vez que pisoteaba sus cuadernos, o rompía sus juguetes.  Pero cuando su papá murió, todavía joven, la madre no encontró otro incentivo en su vida que velar por el hijo menor, mientras que él debió abandonar los estudios para conseguir un trabajo que pudiera cubrir las necesidades de los tres.
Con el tiempo, Horacio se iba transformando en un joven apuesto y con todos los atributos de su edad, que pudo terminar una carrera a  sus expensas, mientras que él vegetaba en un triste empleo municipal.
El día de la graduación, habían ido a cenar afuera y en el momento del brindis la madre le dijo “aprendé de tu hermano menor, que con la cruz de su enfermedad tuvo el coraje de terminar una carrera”, mientras que Horacio aseveraba: “mamá somos pocos los nacidos para el éxito”
Recuerda que abrió la boca para decir que Horacio había dejado de ser un enfermo crónico, y recordarles que en sus logros algo había tenido que ver su sacrificio. Pero no se atrevió a hacerles frente. Fue cuando comprendió que a lo largo de su vida sólo había aprendido a callarse, ejercitando su cobardía.

Y ahora su madre acababa de morir, después de una larga enfermedad, que él se encargó de velar. Lo hizo con conciencia,  sin ninguna palabra de agradecimiento y preguntando por Horacio que viajaba constantemente y del que jamás tenían noticias.
No había pasado un mes, cuando Horacio, que ahora era un hombre de gran fortuna, se presentó en la casa para reclamar su parte.
De nada sirvió explicarle que su vivienda era la casa familiar, y que no tenía medios para poder dejarla.
“El viernes a las diez de la noche estoy por acá, y si no me das una respuesta afirmativa, te las tendrás que ver con mis abogados”, había dicho antes de retirarse con un portazo.

Y el viernes llegó, y a las diez en punto el hermano tocaba el timbre.
Él había sido siempre un hombre pacífico, perruno casi, pero esa  vez estaba decidido a reaccionar, ante el primer insulto de su hermano.
Tal cual lo imaginara, Horacio no escuchó razones. “Necesito la plata para hacer un negocio importante, sólo te pido lo que me corresponde”, insistió.
- Sentate- dijo él, y lo llevó a un sillón ubicado de espaldas a la cocina.
Cuando  volvió a exponerle su ruinosa situación, de los labios de Horacio, salieron las palabras que necesitaba para hacer efectivo lo planeado “Siempre fuiste un fracasado”.
-Estamos los dos muy nerviosos- dijo arrastrando las palabras, y agregó – con un poco de alcohol, tal vez nos tranquilicemos. Enseguida vuelvo.

Utilizando toda la fuerza de que era capaz, golpeó la nuca con un tirante que había separado del cuarto de los trastos viejos, y una vez que su hermano estuvo en el suelo, fue a buscar  el hacha que alguna vez el padre había usado para talar un árbol.


Ahora sólo se recuerda con la bolsa de residuos, negra y pesada, arrastrándola por el jardín,  hasta llegar al cuarto del fondo.

                                                                                            ELENA TAURISANO

viernes, 20 de junio de 2014

CONFIE

Te espero entre el ayer y el hoy.
Mañana será tarde, el viento llevará mi alma sin consuelo. 
Aliento agónico de palabras no dichas.
Ojos translúcidos que buscaron tu mirada.
Cama revuelta de encuentros que se fueron. 
Soledades y esperas de gestos imposibles.
Fantasmas se apoderan de historias terminadas.
Que fue lo que pasó, aún me pregunto.
Soñé, imaginé, idealicé o sencillamente confié.

  
                                                                           Liliana Parra ♥

ANA NO VINO

“…ya han partido los últimos trenes del verano. No quedan más hasta la próxima esperanza.”

                                                                                              Francisco Urondo



Los zapatos rojos de Ana se hunden en el barro maloliente de la villa. Excremento de perro, meadas animales y humanas, restos de comida, se mezclan en un vaho insoportable que todavía le da arcadas.
Los pibes  que  están  en la esquina la miran  pasar  y el más cancherito la agarra del pelo,mientras le mete una mano en la blusa.El manotón  aturde su cuerpo cansado, usado no sabe cuántas veces esa noche.
-Pendejo, te dejo si me pagás con una birra y un par de porros - le dice
- Una birra y un par de porros cada uno, ¿trato?- contesta con suficiencia mientras la arrima al paredón.
Cierra los ojos y recuerda ese cuento en el que la chica mugrienta se convierte de golpe en princesa, porque fue la única a la que le entró el zapato de cristal.
Después se acomoda la pollera, se toma tres birras al hilo, prende un porro, guarda el resto, cierra la cartera y  sigue caminando.
Va aflojando la postura ganadora a medida que se adentra en las angostas calles sin luz.
-La pobreza tiene mal olor-le dice al silencio,  mientras, sin darse cuenta, arrastra sobre un vómito de cerveza  la estola de lentejuelas baratas.
Los moretones que le regaló el último cliente, le calientan el ojo derecho  y el rimmel se le corrió, porque no pudo controlar unas putas lágrimas de impotencia.
Menos mal que se largó a llover y le podrá dar la culpa al tiempo cuando la vieja la mire con esa cara de angustia culpable, que pone cada vez que le deja en la mano los billetes arrugados.
Está harta de todo:de su familia que depende de ella para cada cacho de pan que entra en la casa, de su novio que la vive y a cambio le tira una caricia cuando está de buen humor, de su cuerpo, que cada vez tiene menos ganas de darle una mano…
La cumbia villera se escucha fuerte en la única casa iluminada de la cuadra. A veces se tienta y pasa un rato.
-Hoy no tengo ganas ni de bailar- dice en voz alta, mientras descubre otro agujero en las medias de red, que compró hace apenas dos días y que le costaron tanto como ese camionero gordo y medio tonto, que encontró en la Richieri porque se le había pinchado una cubierta.
Camina un poco más, no ve el pozo debajo del charco viscoso.
 -¡Qué mierda me importa que también se me rompa el taco!-
Y un taconeo desparejo y otro más…y la oscuridad se traga el sonido…la oscuridad…suave oquedad sin fronteras, sin demandas, sin reclamos…
-Tenemos hambre- gritan los pibes.

-Hoy Ana no vino- contesta la madre.
                                                                                                                Cristina Salera

martes, 10 de junio de 2014

SAN PATRICIO

Desde tiempos que ya no se recuerdan, el barrio de San Patricio está atravesado por una coordenada geográfica, imaginaria y arbitraria que sólo algunas pueden distinguir, pero saben que existe. Ni unas, ni otras la atraviesan, salvo honrosas excepciones.
            En la zona sur habitan las chicas fuleras. Se las suele ver andar de aquí para allá cantando alegremente la pretérita canción de rondas infantiles que reza: “Somos chicas petiteras, flacas y fuleras del 63. Usamos medias amarillas, zapatos con hebillas y hablamos en inglés… Oh yes”. Siempre les han dicho que las fuleras debían compensar de alguna manera lo desagraciado de su aspecto, con la simpatía y la inteligencia. Y como ellas son unas fieles seguidoras de este precepto, cuando van a la verdulería del barrio lo hacen con una gran sonrisa, acompañada de alguna frase de mediana inteligencia. Saben que si no lo hacen el verdulero les dará la peor mercadería.
Las de la zona norte saben que su esfuerzo es mucho menor, porque lo más importante se los dio la naturaleza. Por eso, les alcanza con susurrar el estribillo de “Pretty woman” y menear sutilmente el frente o el reverso de sus cuerpos. Así llegan a la verdulería, confiadas en que su belleza las proveerá de las más lozanas frutas y verduras.
Cuando regresan con sus bolsas, y desde lejos, suelen hacerse demostraciones de las mejores espinacas y manzanas obtenidas según los artilugios naturales o adquiridos. Estas exhibiciones  frecuentemente van acompañadas de gestos que podrían considerarse de tonalidad verde.
Pero como no sólo de frutas y verduras viven estas chicas, es necesario hacer  manifestaciones de las bondades de cada cofradía y ya se sabe que  no hay mejor defensa que un buen ataque. Por las noches cruzan la línea imaginaria y hacen intervenciones urbanas en las paredes de los barrios. A la mañana, las fuleras encuentran pintadas del tipo: “Lo que natura non da…Salamanca non presta” y en el barrio de enfrente: “La suerte de la fea, la bonita la desea”
Otros días, en vez de escrituras, lo que encuentran en sus veredas son verdaderos mensajes, pero no pintados. Aparecen dormidos rubores, brillantes planchitas y policromos lápices labiales. Las otras aceras se pueblan de enciclopedias de variados tamaños, pesados diccionarios y discos de música clásica. Los únicos objetos que permanecen en ambas veredas son los espejos, a los que cada grupo adjudica disímiles valores semánticos.
El espejo es el elemento fundante de este divisionismo, que pareciera estar modificándose silenciosamente. Frente a él se puede producir la metamorfosis. Es un proceso que lleva tiempo, a veces mucho, y que hace cambiar a las chicas de vereda. Entonces algunas de las chicas grita: “¡sí! ¡Lo asumí! y se mudan de barrio. Debemos también tener en cuenta, que siempre habrá alguna que nunca mude de barrio y viva en el mismo por el resto de sus días.
Algunos estudiosos han encontrado esbozos de un nuevo asentamiento barrial al que han denominado “Ni muy muy, ni tan tan”. Estas chicas son muy tranquilas y no han entrado en la ofensiva, se mantienen al margen de la contienda, mansas y a la espera
Es importante tener en cuenta y no olvidar, que el nombre del barrio es masculino y quizás allí esté centrado el problema. Las chicas de una y otra zona sueñan con un armisticio y con la posibilidad de que este llegue, cuando reunidas todas en una asamblea sin espejos, logren cambiarle el nombre al barrio.

Adriana

Junio 2014

viernes, 6 de junio de 2014

¡Otra vez zapallitos!

Cada vez que hay zapallitos para comer pasa lo mismo mi papá y mi mamá acostando arriba a mis hermanos y yo sola abajo hasta que me los coma todos pero a mí no me gustan los zapallitos me dan asco como la manteca a mi papá y él no la come y yo me tengo que tragar todo el plato qué vivo mi papá y encima se enojó con la abuela  cuando me contó lo de la manteca y le dijo mamá no te metas que esto es distinto y yo no entiendo por qué es distinto pero por las dudas no pregunto no sea que se enoje más y  tampoco me deje ir al cumpleaños de Juli el sábado que también invitó a Esteban ojalá que mi mamá me deje poner el vestido que me regaló la abuela pero no creo porque es negro y blanco y tiene flecos y mi mamá dice que  no es para nenas yo no entiendo a mi mamá  porque cuando mi hermanita me quita algo o peor me rompe algo aunque sea de la escuela mi mamá siempre me reta cuando yo me enojo  me dice no seas mala porque ella es chiquita y vos sos grande pero para el vestido no  yo escuché una vez que mi abuela hablaba con su amiga que es mi abuela postiza porque como no tiene nietos me preguntó si podía ser mi abuela postiza y yo le dije que si porque es buena y me hace siempre un montón de regalos que mi mamá y mi papá son unos nazis yo no sé lo que son pero no les puedo preguntar porque me van a descubrir que me hago la dormida cuando ellas hablan que encima de que no están en todo el día cuando  vuelven siempre nos retan por algo que les cuenta Rosa que es la señora que nos cuida  también la ponen en penitencia a Clara y eso que todavía no sabe ni caminar la hacen quedar un montón en el cochecito y a ella no le gusta a mi hermano Javier lo peor es que no lo  dejen hablar porque le encanta  entonces no puede hablar con nadie por mucho tiempo ellos están cansados y se enojan por cualquier cosa con nosotros la abuela también dijo que mi mamá no debería trabajar con tres hijos chicos o por lo menos debería buscar un trabajo más cerca de mi casa o de cómo era me parece que de medio tiempo pero que ella le dijo a Julia que es mi tía una de las hermanas de mi papá que ni loca deja de trabajar porque qué pasa si se divorcia yo creo que sería lindo porque a mi amiga Pili los papás la llevaron a Disney cuando se estaban divorciando pero la abuela dice que mi mamá no aguanta todo el día con los chicos porque los fines de semana siempre se los llevan a ella cuando se van con mi papá a hacer compras la cosa es que a mí siempre me retan porque dicen que soy inquieta y que me gusta jugar en vez de hacer los deberes y que por eso me saqué notas malas en las pruebas y que no es posible que mi mamá se tenga que sentar conmigo cuando llega muerta del centro y con todo lo que tiene que hacer y yo le miento entonces y le digo que  no tengo tarea aunque la tía dice que no hay que hacer eso pero si no miento vivo en penitencia porque mi mamá y mi papá no entienden nada  de nada y encima nunca pueden ir a verme a la escuela porque están en el trabajo y va la abuela porque me quiere un montón pero no es lo mismo y tampoco me van a buscar al cole y entonces me vuelvo con la mamá de Juli que sí puede y mi casa le queda de paso y mis papás le hacen siempre regalos re lindos para Navidad porque dicen que es  lo menos que pueden hacer por ella y a Inglés me lleva Rosa menos cuando llueve que no voy porque no quiere que se moje  Clara que es chiquita y Javier no tanto pero también un poco y antes Rosa se quedaba todo el día pero ahora se jubiló y todo el día es mucho y ella se cansa porque es un poco vieja así que a la tarde se va y viene la abuela o mi abuelo Pedro que es el papá de mi mamá porque la abuela Susana que es la mamá de mi mamá tiene algo en la rodilla y camina con un bastón también viene Laura que es una amiga de mi prima más grande pero a ella le pagan para que nos cuide por eso no viene todas las tardessólo tres días porque sale caro y mi mamá que me grita que me apure a comer así me acuesto de una vez por todas y esta porquería de comida que se enfrió y así es más asquerosa y si vomito se van a enojar más.

miércoles, 4 de junio de 2014

WAITING LOVE

Tanto tantear.
Tanto anhelar.
Tanto volar errático.
Con dolor a veces
con alegría
aletea dentro  de mí una mariposa
que estalla en llama de  mil colores
o se ahueca opaca en mi mano sola.

                                                                  Cristina Salera

domingo, 1 de junio de 2014

RADIANTE

Paso dos o tres veces al día, por el mismo lugar como tantos otros mirando sin ver.
Somos en algunos casos robot que automáticamente transitamos las calles de una ciudad, fría y a temporal. 
Hoy me puse mis mejores ojos y salí a ver. Me senté en el centro de la plaza despojado de prejuicios.
Lo primero que llamó mi atención además de la sorpresa de tanta gente casi atropellándose, fué el ensordecedor sonido que irrespetuosamente se mezcla entre ellos, casi diría, midiendo su fuerza. Un festival de colores propio de la primavera, rosales grandes que orgullosamente nos muestran el esplendor de sus años, colmados de flores perfumadas tan suaves y dulces como sus pétalos... me pregunto ¿Por qué  en las de florerías raramente perfuman?, ¿Será el dolor que les produjo el desarraigo?
El césped pisoteado formó una gran alfombra  patchwork, furor en los setenta. A mi derecha, con un pequeño y tímido chorro de agua, que  el reflejo del sol lo trasformó en un deslucido arco iris, de una fuente circular que pasa inadvertida.
Mientras que a la izquierda se contraponía una fuente con un ángel, que nada tenía que envidiar a la magistral  Fontana de Fiumi de Bennini, Piazza de Navona. Roma.
 Me corre un escalofrió al verlo me acerco ¿desde cuando está allí? A puro el paso  ¡estamos Él y yo! Nuestros ojos se unen, mientras que nuestras mentes logran una común unión entre ambos.
-Estoy cansado me dice, aquí todo el tiempo ignorado... ¡me escuchas! grita el eco dentro de mi cabeza.
-¿Me hablás a mi ángel?
-SI ¿a quien si no?
-Te escucho, contesto  automáticamente (poniendo en duda mi cordura).
- Sabés , me dice,  lo bueno de estar aquí es que puedo ver a los niños jugar y en verano arrojarse agua mientras sus risas suenan como cascabeles .Escuchar declaraciones de amor, ser el más fotografiado de la plaza .Pero estoy muy confundido, me pusieron aquí sin consultarme. Escucho decir a la gente que la fuente es femenina, pero el ángel es masculino y los más provocadores, delante de mí, dicen que soy asexuado.
 ¡OH! me enoja que me echen líquidos terribles y me cepillen  desgarrando de a poco mi color que en una época era blanco radiante.
Algunos dicen que ya estoy viejo,  ¡mentira! yo siempre seré joven, pero me pregunto: ¿quien me cuidará? Después de todo a nadie le importa qué será de mi, hay horas que estoy totalmente solo, por las mañanas los pájaros y palomas vienen a beber y muchas veces me ensucian parezco su baño. Y la locura total es en una época que cubren todo con lucecitas enloquecedoras ¿sabes? nunca quedan encendidas… juegan a ser luciérnagas y bueno cada uno hace lo que puede y yo no puedo hacer nada, ni rascarme la nariz.
Te ves pálido ¿te pasa algo?
No! bueno sí, te escucho y me confundís ¿porqué me elegiste para esto?
Yo no te elegí, vos siempre pasas y hoy recién me buscaste.
Si, yo siempre estoy, ¿como te llamás?
- Pablo, le contesto ¿y vos?
-Pero hombre… ya te dije, soy Ángel.
-¿
Y que buscas de mí? le pregunte  con temor a su respuesta.
-Sencillamente que seas mi amigo, Pablo, me siento muy solo y siempre me encontrarás aquí.
-
No pude agregar nada me acerqué,  toqué sus frías manos y prometí volver. Vi su cara aniñada que esbozó una hermosa sonrisa.



LILIANA PARRA

CARETAJE

Otra noche fría y sin luna.
Manos vacías de recuerdos y llenas de presentes.
Armonioso tic tac de un reloj que va midiendo nuestras vidas.
Vidas, tiempos, espacios, intervalos de sueños y esperanzas.
Amores perros lastimosos y eternos.

Sinfonías mudas en una tierra despoblada de ejemplos.
Bocas pecadoras, infidelidades escondidas pintadas de rosado.
Latidos discordantes camuflados de normalidad.
Remembranzas de épocas pasadas como si hubiesen sido mejores.
Caretaje atolondrado y frío vestido de pureza. 

Zapatos impregnados de caminar sobre serpientes.
Lagrima seca de llantos ahogados.
Razón de sinrazones marionetas de turno.
Bailamos sin música, reímos sin risa, cantamos sin voz.
La suerte que nunca se presenta, nos hace una mueca entre cínica y sonriente. 

Mis ropas andrajosas cubren mis huesos quemándolos de ira.
Y los cabellos cubiertos de grises nieves, en una demencial espera.
Me anuncian  el inevitable final.

Liliana Parra


LA MUÑECA



Llegó a mis manos como regalo, no sé de quién, ni porqué, si fue por un cumpleaños, por Reyes, o porque sí. Tampoco puedo definir la época, calculo que tendría entre 6 a 8 años.
Lo que sí recuerdo es que se transformó en mi compañera de siempre. Tenía en ese entonces un juego de jardín, compuesto de una mesita con 4 sillas pequeñas, un juego de té de porcelana que aún conservo y con mis amiguitas celebrábamos su bautismo. La llamé Cecilia y esa ceremonia la repetíamos a menudo. En mi habitacion de niña estaba sentada en una silla con su hermoso vestido de organza, su capelina, sus bellos rizos rubios y su carita tan linda, sus labios pintados y sus ojos de vidrios celestes. Cuando la movía de atrás para adelante decía “Mamá”. Con el correr de los años la muñeca fue pasando a segundo plano. Me casé, tuve hijos y ella fue a parar a una caja en el desván. Hasta hace poco tiempo atrás en el cual hubo una mudanza, ya que al quedarme sola la casa era muy grande, mi esposo fallecido y mis hijos casados y en resumen descarté muchas cosas que no cabían en el nuevo domicilio: Muebles, adornos, etc. y en ese revolver encontré la caja con mi muñeca.
¿Cuánto había estado allí durmiendo mientras la vida pasaba? Entonces la saqué y la envié al hospital de muñecas para que la hermosearan. Así fué que cuando me la trajeron con su vestido de raso rosa, su cabello peinado y su carita repintada, la abracé con ternura. Y la coloqué en mi dormitorio, en mi sillón hamaca como muda compañera de mis horas. Una noche en la cual estaba desvelada, con mi cabeza pensando en mil temas inconclusos, al darme vuelta en la cama miré a la muñeca, siempre en la misma posición, impávida y bella. Los años no la habían afectado, pero no podía envidiarla. Yo viví, pasé momentos de gran alegría, también de tristeza, ahora a veces siento la soledad, pero eso es la vida. Verse reflejada en otras vidas, la de sus hijos, sus nietos. ¿Qué más?. Y con estos pensamientos ya somnolienta, volví a mirar a mi muñeca, y esta me miraba sonriendo, no estaba en su habitual posición, se había movido. Pero el peso de mis párpados pudo más y me quedé dormida.

AMALIA BARRIL

JULIA

Julia vivía con su hermano en el bosque, se habían quedado huérfanos , cuando ella
era apenas una niña, él 10 años mayor, se hizo cargo del mantenimiento de su pequeña hermana, trabajando como su padre lo había hecho, de leñador. Julia por su partecon nueve años apenas, colaboraba con el trabajo de la casa, aseando y preparando la comida, que se trataba de un hervido de carne y verduras para cuando su hermano llegara. Mayormente el regresaba a las 4 de la tarde y se iba muy temprano, con una pequeña vianda. Así transcurría su existencia, sin mayores modificaciones, salvo los domingos que iban a misa o a alguna kermese que se realizara en el pueblo.
Los demás días luego de asear la cabaña se iba hasta un árbol muy frondoso que se encontraba a pocos metros, donde le gustaba encaramarse. Se paraba en una horqueta trabando con sus piernas  el tronco y se inclinaba abriendo los brazos, como si fuera a volar. Esta era una costumbre que repetía con frecuencia y en algunas oportunidades Joaquín la había encontrado en esa posición, regañándola por lo peligrosa que era. “No te dás cuenta que si te caés no hay nadie que te socorra. Que estamos muy distantes de todo”. "Por favor Julia no quiero que lo vuelvas a hacer". "Prometelo, prometelo". "Que sí, te lo prometo", le contestaba ella.
Pero eso era muy distinto a lo que ella pensaba. Ella soñaba con ser un ave, que hermoso sería, los veía planear con sus alas  abiertas y recorrer largas extensiones.
Que distinta sería su vida, ya no le molestaría la soledad. Vería toda la magnitud del bosque desde arriba y hasta quizás lo viera a su hermano cortando árboles para la maderera del pueblo. ¡Todo lo vería!
Un día como otros  tantos subió a un árbol más alto que de costumbre y se quedó allí, acurrucada y ensimismada en sus pensamientos sin darse cuenta de  la hora que se avecinaba con la llegada de su hermano. Se paró sobre un tronco  y  abrió los brazos. La voz de su hermano que la vió, llamándola con espanto la sacudió, pero era tarde.
Sus pies que se apretaban al tronco, se habían convertido en garras y sus brazos en alas, y sin pensarlo más se largó al vacío, transformada en un ave, que revoloteó sobre Joaquín rozándolo con sus alas y se perdió entre el follaje.
                   

                                                                                AMALIA