viernes, 20 de junio de 2014

ANA NO VINO

“…ya han partido los últimos trenes del verano. No quedan más hasta la próxima esperanza.”

                                                                                              Francisco Urondo



Los zapatos rojos de Ana se hunden en el barro maloliente de la villa. Excremento de perro, meadas animales y humanas, restos de comida, se mezclan en un vaho insoportable que todavía le da arcadas.
Los pibes  que  están  en la esquina la miran  pasar  y el más cancherito la agarra del pelo,mientras le mete una mano en la blusa.El manotón  aturde su cuerpo cansado, usado no sabe cuántas veces esa noche.
-Pendejo, te dejo si me pagás con una birra y un par de porros - le dice
- Una birra y un par de porros cada uno, ¿trato?- contesta con suficiencia mientras la arrima al paredón.
Cierra los ojos y recuerda ese cuento en el que la chica mugrienta se convierte de golpe en princesa, porque fue la única a la que le entró el zapato de cristal.
Después se acomoda la pollera, se toma tres birras al hilo, prende un porro, guarda el resto, cierra la cartera y  sigue caminando.
Va aflojando la postura ganadora a medida que se adentra en las angostas calles sin luz.
-La pobreza tiene mal olor-le dice al silencio,  mientras, sin darse cuenta, arrastra sobre un vómito de cerveza  la estola de lentejuelas baratas.
Los moretones que le regaló el último cliente, le calientan el ojo derecho  y el rimmel se le corrió, porque no pudo controlar unas putas lágrimas de impotencia.
Menos mal que se largó a llover y le podrá dar la culpa al tiempo cuando la vieja la mire con esa cara de angustia culpable, que pone cada vez que le deja en la mano los billetes arrugados.
Está harta de todo:de su familia que depende de ella para cada cacho de pan que entra en la casa, de su novio que la vive y a cambio le tira una caricia cuando está de buen humor, de su cuerpo, que cada vez tiene menos ganas de darle una mano…
La cumbia villera se escucha fuerte en la única casa iluminada de la cuadra. A veces se tienta y pasa un rato.
-Hoy no tengo ganas ni de bailar- dice en voz alta, mientras descubre otro agujero en las medias de red, que compró hace apenas dos días y que le costaron tanto como ese camionero gordo y medio tonto, que encontró en la Richieri porque se le había pinchado una cubierta.
Camina un poco más, no ve el pozo debajo del charco viscoso.
 -¡Qué mierda me importa que también se me rompa el taco!-
Y un taconeo desparejo y otro más…y la oscuridad se traga el sonido…la oscuridad…suave oquedad sin fronteras, sin demandas, sin reclamos…
-Tenemos hambre- gritan los pibes.

-Hoy Ana no vino- contesta la madre.
                                                                                                                Cristina Salera

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