“…ya han partido los
últimos trenes del verano. No quedan más hasta la próxima esperanza.”
Francisco
Urondo
Los zapatos
rojos de Ana se hunden en el barro maloliente de la villa. Excremento de perro,
meadas animales y humanas, restos de comida, se mezclan en un vaho insoportable
que todavía le da arcadas.
Los pibes que están
en la esquina la miran pasar y el más cancherito la agarra del pelo,mientras
le mete una mano en la blusa.El manotón aturde su cuerpo cansado, usado no sabe
cuántas veces esa noche.
-Pendejo,
te dejo si me pagás con una birra y un par de porros - le dice
- Una birra
y un par de porros cada uno, ¿trato?- contesta con suficiencia mientras la
arrima al paredón.
Cierra los
ojos y recuerda ese cuento en el que la chica mugrienta se convierte de golpe
en princesa, porque fue la única a la que le entró el zapato de cristal.
Después se
acomoda la pollera, se toma tres birras al hilo, prende un porro, guarda el
resto, cierra la cartera y sigue
caminando.
Va aflojando
la postura ganadora a medida que se adentra en las angostas calles sin luz.
-La pobreza
tiene mal olor-le dice al silencio, mientras, sin darse cuenta, arrastra sobre un
vómito de cerveza la estola de
lentejuelas baratas.
Los
moretones que le regaló el último cliente, le calientan el ojo derecho y el rimmel se le corrió, porque no pudo
controlar unas putas lágrimas de impotencia.
Menos mal
que se largó a llover y le podrá dar la culpa al tiempo
cuando la vieja la mire con esa cara de angustia culpable, que pone cada vez
que le deja en la mano los billetes arrugados.
Está harta
de todo:de su familia que depende de ella para cada cacho de pan que entra en
la casa, de su novio que la vive y a cambio le tira una caricia cuando está de
buen humor, de su cuerpo, que cada vez tiene menos ganas de darle una mano…
La cumbia
villera se escucha fuerte en la única casa iluminada de la cuadra. A veces se
tienta y pasa un rato.
-Hoy no
tengo ganas ni de bailar- dice en voz alta, mientras descubre otro agujero en las
medias de red, que compró hace apenas dos días y que le costaron tanto como ese
camionero gordo y medio tonto, que encontró en la Richieri porque se le había
pinchado una cubierta.
Camina un
poco más, no ve el pozo debajo del charco viscoso.
-¡Qué mierda me importa que también se me
rompa el taco!-
Y un
taconeo desparejo y otro más…y la oscuridad se traga el sonido…la oscuridad…suave
oquedad sin fronteras, sin demandas, sin reclamos…
-Tenemos
hambre- gritan los pibes.
-Hoy Ana no
vino- contesta la madre.
Cristina Salera
Cristina Salera
Un exponente del realismo sucio en estado puro. Me encanta!!
ResponderEliminarTremendo cuento Cristina!!!!!!!!!!!! Adriana
ResponderEliminarMuchas gracias chicas!!!!!
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