El
bolsillo le vibraba pero no alcanzaba a darse cuenta lo que era. Vibraba
incesantemente mientras él pretendía dormir. Al cabo de unos minutos y tras
sucesivas vibraciones que le hacían cosquillas en la pierna, se percato que era
su celular. No recordaba las ultimas horas y como había llegado hasta la cama,
ni porque estaba vestido. Estaba demasiado dormido y confundido para pensar en
eso. El teléfono seguía vibrando y sin abrir los ojos, metió su mano en el
bolsillo del pantalón, y abrió la tapa del celular. A lo lejos una voz que le
decía; Hola… Hola…
—¿Hola?
¿Quién es?
—Buenas
tardes. ¿Hablo con el señor Samuel Peterson? —Una voz cordial y femenina se oía
del otro lado del aparato.
—Sí.
Soy yo. ¿Quién es?—Sus ojos aun no se separaban. Hablaba, pero su mente no
retenía información. Sabía que le llevaría un buen rato terminar de
despertarse. Siempre le pasaba lo mismo. Todas las mañanas se lavaba la cara,
los dientes, hacia sus necesidades y se duchaba casi con los ojos cerrados. Solo
lograba despabilarse después del primer sorbo de café, camino al trabajo y
gracias al viento helado que corría por las calles de Nueva York.
—Señor
Peterson, nos comunicamos con usted de “White Wings Company” para informarle
que nuestro presidente lo recibirá esta mañana en su oficina de la calle
Houston. Ha escuchado sus mensajes y ha decidido verlo esta mañana. Llamo para
confirmar la cita.
—
¿Quién? ¿White Wings? ¿Una cita? ¿Hoy?
—Sí
señor. Sus insistentes mensajes han llegado a oídos de nuestro presidente y el,
a pesar de que tiene su agenda completamente ocupada, ha aceptado verlo. Le
recuerdo también, que si no puede presentarse hoy, no podremos concretar otra
cita. Estamos completamente ocupados y llenos hasta, por lo menos, los
siguientes ocho meses.
—Señorita…
Disculpe. ¿Dónde me dijo que quedan las oficinas?
—Calle
Houston. Señor Peterson… ¿Confirma su cita? Sería a las diez de la mañana.
Exactamente en una hora y media.
—Si
señorita. Ahí estaré. —Accedió porque estaba seguro que apenas el café toque
sus labios, después de la ducha, recordaría el motivo de la cita y de los
mensajes. Últimamente tenía la cabeza en cualquier lado y no le extrañaba
encontrarse con un negocio que, según parecía, había sido manejado netamente
por su socia. La señorita Lane ha sido su mano derecha por años y estaba
calificada para tomar decisiones casi sin consultarle. Seguramente ella había
concretado esa cita. Como lo habían hecho en otras oportunidades, la llamaría
de camino a las oficinas para que lo pusiese al tanto del negocio.
Desafortunadamente
ni la ducha, ni el café, ni el viento helado lo hicieron recordar, aunque si lo
despabilaron. Si no recordaba a la White Wings, menos los mensajes. Nada. Había
intentado comunicarse con su socia de camino a la cita pero no hubo caso. El
mal humor se presento con fuerza, mientras en el taxi trataba de pensar una
estrategia para encarar al presidente de la White Wings sin sonar estúpido por
no saber lo que hacía allí. No presto atención a la calle, a los transeúntes,
ni a los sonidos a los que estaba acostumbrado. La gran manzana se presentaba
casi vacía y con poco tráfico. Aunque el silencio era muy extraño, él no lo notó
porque iba enfrascado en su dialogo imaginario con el hombre de la cita.
El
taxi lo dejo enfrente de la compañía y al bajarse, tampoco recordó cómo es que
había llegado al auto, ni el momento en que le había dado la dirección.
“Definitivamente tengo que ver un medico”, pensó mientras ingresaba a un
edificio de varios pisos. La fachada era imponente y se sorprendió por no
haberlo visto antes, a pesar de haber pasado por ahí todos los días.
—Buenos
días, tengo una…
—Si
Señor Peterson. Lo están esperando. Aguarde aquí que alguien le vendrá a buscar.
—Le dijo un joven vestido de negro, en un escritorio que se encontraba a pasos
de la entrada.
—Disculpe
Señor. —Samuel se acerco al muchacho luego de esperar unos minutos, dudoso de
plantear su inquietud. —Estoy teniendo unos pequeños problemas de memoria
últimamente, y la verdad que no recuerdo que es lo que vengo a hacer aquí. La
señorita que me llamo, me dijo que había dejado varios mensajes para ver al
presidente de la compañía pero… verá… no me acuerdo de nada.
El
joven lo miro de una manera que Samuel no supo si expresaba sorpresa o
preocupación. Al cabo de unos segundos, saco unos papeles de un cajón y se los
extendió.
—Tome,
lea. Acá están anotados todos sus mensajes. Usted sí que ha sido insistente eh.
No sé que vio el presidente en usted, pero déjeme decirle que su caso ha sido
muy especial. Todo el edificio sabe de sus mensajes. Fíjese—mientras le
señalaba las hojas— ochenta y nueve mensajes en menos de veinticuatro horas.
Aunque recibimos muchísimos más, creo que lo que llama la atención son sus
palabras. Si. Eso fue. Creo que el presidente sintió pena por usted y lo mando
a citar. Ahora bien mi amigo, no lo arruine. Esta es una oportunidad que no a
muchos se les da.
Samuel
escuchaba lo que le decía aquel muchacho, pero mientras más oía, menos
entendía. Ojeo las hojas que tenía en la mano y alcanzo a leer uno de los
mensajes que estaba resaltado con verde.
“Por
favor… tengo mucho para dar. Sé que me equivoque, sé que no creí en ti, pero
hoy más que nunca te necesito. No me abandones ahora. Por favor, necesito
verte. Quiero verte y pedirte perdón. Quiero otra oportunidad. No te fallare.
Dios, por favor. “
—¿Qué
es esto? —Se pregunto en voz alta.
Una
señorita se asomó desde el ascensor y lo llamó por su nombre. Los dos subieron
los doce pisos que separaban la planta baja y la oficina del presidente. Al
salir, divisó un sillón que miraba hacia la puerta cerrada con el cartel de “Presidencia”
en el centro.
—El
Señor lo recibirá en unos minutos. Tome asiento. — Le dijo ella mientras se
sentaba en su escritorio. No lo miraba. Las hojas habían desaparecido de su
mano e inmediatamente pensó que las había olvidado en el hall de entrada.
Maldijo en voz baja por no haberlas subido y seguir ojeando los mensajes que supuestamente había enviado y no reconocía.
Unos
minutos después, la voz dulce de la muchacha lo saco de sus pensamientos
desordenados
—Adelante.
Ya puede pasar.
Ya
nada podía hacer. Se acomodo el traje y la corbata e ingreso a la oficina del
presidente. Enseguida reparo en el ventanal gigante que mostraba la cuidad en
su mayor esplendor. Contuvo las ganas de acercarse y siguió observando la
habitación. Sillones, una mesa ratona de madera lustrada, alfombra, cuadros de
artistas reconocidos y una gran biblioteca. El escritorio del presidente era
enorme aunque tenía pocas cosas sobre él. Solo unas hojas (que enseguida
reconoció) y una lapicera. Se oyó el ruido del agua correr tras una puerta a
sus espaldas y al darse vuelta, lo vio salir del baño.
—Buenos
días Samuel. ¿Cómo has estado?
—Buenos
días… Señor…
—Honestamente,
quiero decirle que a lo largo de toda mi carrera, jamás he visto a alguien tan
elocuente a la hora de pedir la salvación. —Caminaba hacia el escritorio,
mientras se secaba las manos con una toalla blanca, que luego depositó sobre la
mesita ratona. —La verdad Samuel, tengo
que reconocer que me sorprendieron sus palabras. Lo tenía que conocer.
—Disculpe…
¿Señor…? —como el hombre no hizo ademan para decir su nombre, prosiguió. —Le
comente al muchacho de abajo que no recuerdo porque estoy aquí. Ni las
llamadas, ni los mensajes. No sé quién es usted. No sé qué hago aquí. No sé a
que se refiere con “Salvación”. Le pido disculpas pero no se qué me pasa.
Debería ir inmediatamente al médico para hacerme ver.
—Samuel,
tu pediste verme desde el día del ataque. ¿No te acuerdas? Desde que sufriste el
ataque cardiaco en el parque, y te internaron en el hospital, has estado
llamándome, buscándome. Pidiendo que te perdonara los pecados (que fueron
muchos), y por ende que te salvara. Y bueno… has sido tan persistente que no me
contuve. Quería conocerte.
De un
momento a otro, todo cerró. Y recordó la tarde en el Central Park mientras
paseaba a su perro Shogy y el fuerte pinchazo en el pecho.
—Dios…
—Si.
Encantado en conocerte Samuel. Ahora, cambia esa cara de desencajado que debo
asignarte unas cuantas tareas y ver si vales la pena. Esto no es una simple
cita. Mi secretaria te dará toda la información que necesitas. Cuando hayas
terminado tu encargo, volverás a verme.
—Pero…
yo… Dios… quiero…
—Se
que quieres saber muchas cosas, se que ya has recordado como llegaste aquí. Y
no. No puedes volver. Por lo menos, no como Samuel. —Le guiño el ojo—Sé que
puedes ser merecedor de un lugar aquí, con nosotros. Pero… antes deberás probar
si eres harina de este costal. Tu sabes, no todos tienen lo que hay que tener
para ganarse un pedazo de cielo—Sonrió— Realmente tus pedidos han calado en mi,
y déjame decirte que hace muchísimo tiempo no oía a alguien pedirme con tanto
fulgor. Sé que te mandaste las tuyas y no te culpo. La vida allá abajo es
bastante revoltosa y es muy difícil mantenerse fuera del pecado. En fin, aquí
estas y creo que puedes servir a mi causa. —Se acerco y le dio una palmadita en
el hombro y lo acompaño a la salida— Ahora bien, aquí te darán las
instrucciones y ya arreglaremos cuentas en el próximo encuentro. No tengas
miedo. Mucho gusto Samuel.
—Mucho
gusto Dios.
ERICA VERA