miércoles, 10 de septiembre de 2014

MIRO VIBRO Y SUEÑO

Miro hacia adelante y tropiezo con tus ojos negros. 
Miro tu piel que me envuelve, hasta lo más profundo.
Miro tus labios que se unen a los míos, como mieles.
Miro tus manos que acarician tiernamente mi cabello.

Vibro a tu compás, como alondras en cortejo.
Vibro cada vez que pronuncias mi nombre.
Vibro cada mañana a los despertares juntos.
Vibro cuando abrazados nuestras almas se funden.

Sueño más allá de lo soñado.
Sueño con la magia del encuentro.
Sueño como una adolescente enamorada.
Sueño en el otoño de mi vida.

MIRO VIBRO Y SUEÑO, por nuestro amor incomprensible y loco unido de por vida.



LILIANA PARRA ♥

SUEÑA

Escucho retumbar en mis oídos, los pasos que recobran vida. 
Vuelo de picaflores anunciando flores.
Pero todo está oscuro, acuoso y misterioso.
Siento nuestros latidos acompasados y sonrío.
Que locura maravillosa, escalofríos en mi cuerpo.

Esperar que suceda, que quieras presentarte.
Será de mañana, de tarde o el duende juguetón esperará la noche.
Te acaricio sin verte, en mis días eternos. Cuento horas meses y lunas.
Mi cuerpo, desbordarte de colores y aromas grita tu llegada cada ves más cercana.
Plena como nunca, mi espíritu desborda como una llamarada.

Te abrazo en mi regazo por fin veo tu cara, te reconozco todo.
Detalle por detalle, tus piecitos pequeños, tus ojazos grandes.
Te traje al mundo libre, deseo que lo logres.
Que disfrutes la vida con fuerza de gigante.
Viajaremos unidos entre sueños y soles.


LILIANA PARRA ♥





martes, 5 de agosto de 2014

Aquel Día

Aquel cuerpo sufrido
Con sus pulmones destruidos.
Viendo aquel viejo
 Sus manos que parecían ríos
Aquel pelo blanco como lluvias de nieve.
Sus ojos cielo despejado
Yacía en la cama
Ya en agonía
Tomándome de las manos,
 Pidiéndome que me vaya
Inmóvil me quedé
Despidiéndome de mi abuelo
Me miró al fallecer
Despidiéndome con una sonrisa
Y muriéndose a mi lado.

                                                                                                        Sabrina Gongalvez Neto

ESCAPE

Me subo al coche para escaparme de ese maldito hijo de perra.
Está lloviendo, pésimo día como yo.
Me dirijo hacia capital, hay un tráfico de locos.
Mi vecino de al lado está escuchando música tecno , odio esa música.
El hijo de perra me está atosigando con llamadas; tengo un mezcla de llanto y odio.
Salgo del coche en espera, me prendo un cigarrillo.
Entro al coche, pongo música lenta, me pongo a llorar, la apago.
El tráfico todavía me jode.
Quise dormir pero no,  no hay forma.
Me duele el ojo derecho, ese hijo de perra me dio una trompada.
Me duele la costilla porque la otra vez me dio una patada, dejándome tirada en el piso.
Salgo del coche, empiezo a caminar, casi me infarto, aquel perro está en un coche cerca del mío, ladra con furia hacia mí.
Al final atiendo a ese hijo de perra, me pide perdón, tengo una mezcla de llanto y odio.
Ese tráfico me hartó.
Voy a regresar caminando a casa, al final el hijo de perra no me va a pegar dentro de un mes.

                                                                                                                   
                                                                                                           Sabrina Gongalves Neto

sábado, 5 de julio de 2014

Hombre

 

Es soledad cósmica sostenida por porfía.
Es un viajero limitado por la brevedad del viaje.
Es arena suspendida entre vientos contrapuestos.
Es un signo de interrogación que escudriña una respuesta.
Es un volcán insatisfecho que desea  erupcionar en las antípodas.
Es una caravana de sed acumulada en busca de un oasis.
Es la duplicidad perpetua entre el alma y los sentidos.
Es un vaso de ouzo celebrando el pensamiento.
Es Alejandría arrasada por los árabes.

Es una casualidad inteligente que inventa su destino.


                                                                                           Cristina Salera

EL LEGADO


                                                                       “…antes que exale  mi último suspiro,
                                                                       deja, amor, que revele mi legado.”   
                                                                                 John Donne

El teléfono sonó cuando  tenía las manos llenas de masa pegajosa. El olor de la manteca mezclada con el azúcar, envolvía la nostalgia del día gris, amparándola un poco del malhumor que se había levantado con ella esa mañana y no parecía dispuesto a abandonarla.
-Siempre pasa lo mismo- dijo enojada. ¿Y si no atiendo? Total, me  pueden dejar un mensaje.-
 Empezó a contar: uno, dos, tres, cuatro...y no aguantó. La aguda regularidad del timbre, la ponía tan nerviosa como la certeza de que a la quinta vez, se disparaba el contestador. Al levantar el tubo,  escuchó la voz de su madre que decía:
-Nina, te quería avisar que murió Enrique Fesole. –
 ¡Qué costumbre la de su mamá en los últimos tiempos! La ponía al tanto, con minuciosa prolijidad, de la muerte de personas con las que había perdido contacto hacía casi una vida. Con la amigable familiaridad que los ancianos hablan de la muerte, a la que primero miran desde lejos, con recelo y a la que terminan cediendo un lado de la cama,  agendaba en su memoria la lista  de decesos y de paso la obligaba a tener al día la suya.
-Ma, estaba haciendo una pastafrola y repartiendo masa por todos lados. ¡Qué macana lo que me estás contando! ¿Pensás ir al velorio?-
- Qué estás diciendo, nena, si cuando se jubiló se fueron a vivir a Corrientes. Te lo dije muchas veces.-
-Bueno viejita, en ese caso te llamo cuando termine y me contás bien -.
Enrique Fesole. Petiso y gordito. Siempre usaba bombachas beige tableadas, botas criollas  de color marrón, impecablemente lustradas, camisa blanca almidonada y pañuelo al cuello. Era el administrador de la estancia “Los Toldos “…  sintió que sus ojos se iban llenando de lágrimas a medida que se introducía en el recuerdo. Otra puerta cerrada para siempre. Para siempre.
-¿Y qué? Hace más de cuarenta años que no lo ves- se dijo en voz alta.
Y también en voz alta se contestó:
-No importa. Hasta hoy, si hubiese querido, hubiese podido. Pero a partir de ahora, ya nunca más.-
¡Lo pasaba tan bien en la estancia! El callejón de acceso al casco, franqueado a ambos lados por viejísimos álamos, era interminable. Había que abrir más de diez tranqueras para llegar. Le parecía una aventura  bajar y subir del auto a cada rato. Tenían escuela para los hijos de los peones, con casa para el maestro. Y su propia carnicería, provista con hacienda de la estancia, que despedía un tufo verdoso, insoportable en verano, porque las heladeras de entonces no podían competir con el calor. Frotaban la carne con vinagre, tratando de atenuar  el olor.
A la esposa le decían Titina. Siempre  angustiada  porque al marido le gustaba demasiado el vino tinto. Siempre servicial y con una bondad tan innata que apenas se le notaba.
A Enrique le apasionaba bailar tangos con cortes, más exagerados a medida que  los vapores báquicos de la noche conquistaban posiciones. Invitaba a cualquier mujer  y se ofendía si le decían que no.  A la mamá de Nina, en una ocasión, se le ocurrió decirle que lo que estaba tocando la orquesta en ese momento era el Himno Nacional, y que los que estaban bailando, estaban tan ebrios que no se daban cuenta.
Nina siguió reviviendo en colores y olores meticulosos la historia de Enrique, tan ciertamente  muerto según  su mamá y de repente tan lleno de vida en su memoria,  que no  había necesitado tenerlo en cuenta  hasta ese  instante, el de su definitiva  desaparición.
La pastafrola  reclamaba, con su aroma maduro, que la saquen del horno.
Nina, con un repasador a cuadros en la mano, la cabeza llena de recuerdos y el corazón lleno de congoja, tuvo la revelación. Tal vez su madre  empezó a contarle  las muertes, no como costumbre morbosa adquirida en la vejez, sino cuando comenzaron a suceder.
Y la lógica de la cronología, le señaló con frialdad, que ella estaba primera en la lista, después de su mamá. Heraldo generacional. Emisaria de cierres. Era la depositaria de los recuerdos que seguían.

                                                                                                           CRISTINA SALERA


jueves, 26 de junio de 2014

LA VENGANZA

El centro era un hormiguero, pero ya le quedaba poco para llegar a su casa. Con sólo tomar un subte, ya terminaría con ese sufrir vivido por tantos papeleos burocráticos. El ska que venía escuchando casi que calmaba su mente, lo mantenía aislado de ese tsunami formado por la gente al entrar y salir de los vagones. Llegó con su transporte a plaza Miserere – ya falta poco, camino un par de cuadras y estoy en casa- se decía a si mismo con una voz cansina. En un momento, más adelante sobre su misma vereda, le pareció ver una silueta familiar contemplando una vidriera. Trataba de deducir quién era aquella persona, se trataba de una mujer, pero no podía discernir de donde la conocía. Su andar lo llevaba a acercarse cada vez más a ella. Sus fatigados ojos, que habían sufrido una noche de mal sueño, mucho Internet y la falta de sus anteojos que supuestamente no debían quitarse; se esforzaron por descifrar la identidad de la mujer y por fin este intento fue el definitivo. La sorpresa que obtuvo fue desagradablemente grande, la mujer era Sofía, su flamante ex-pareja desde hacía ya dos meses.
La mañana había sido ya lo suficientemente mala para cerrarla con ese encuentro por lo que decidió aminorar su velocidad y cambiar el curso de sus pasos. Encogía los hombros como si esto pudiera hacerlo invisible. –¡Martín!- se escuchó a las espaldas del joven que siguió caminando como si sus oídos no entendieran español. –¡¡MARTIN!!- se escuchó de nuevo en medio del tumulto, pero esta vez con una fuerza e insistencia que el  muchacho no pudo evitar voltear y así cruzar su mirada con la de ella.
Sofía corrió hacia él y le dio un abrazo. El pobre no sabía cómo ocultar sus emociones. Su separación fue madura pero sólo en apariencia ya que Martín la amaba con locura y ella le rompió el corazón con su alejamiento. Es por eso que la odiaba, la odiaba tanto porque la amaba tanto y esos sentimientos más que contrarios, son como hermanos. Se pasa de uno a otro con frecuencia, pero están emparentados.
Su abandono le hizo perder la confianza en las mujeres, le destruyó la autoestima, le ennegreció el corazón y sobre todo engendró un profundo odio por ella en su interior. Pero por dentro mantenía una imagen calmada y austera, que daba a entender que ellos podían ser amigos de todas formas. Y es esa imagen la que Sofía comprendía.
Ella lo saludó con mucho cariño portando su brillante sonrisa y sus hermosos ojos, tras sus lentes ovalados. Martín le siguió la corriente pero sin dejar de pensar lo mucho que la odiaba, deseaba que ella muriera en ese mismo instante, que alguien viniera a asaltarlos y antes de irse le diera un mortal tiro a su ex-novia. Pero nada pasaba y ella solo seguía hablando de su nueva vida, su nueva pareja y su nuevo trabajo. La sonrisa formada en el rostro de Martín se tendría que traducir como el mayor enfado del mundo. Pensaba que esta chica no merecía una vida tan feliz, es mas no merecía una vida siquiera por lo que le había hecho. Se elevaron un poco sus cejas, cuando recordó que dentro de su mochila tenía una trincheta que había traído del trabajo. Sería rápido. Un golpe en el cuello y su rabia estaría saciada. La idea rodeó su mente un minuto pero se alejo rápidamente, había mucha gente alrededor mirando y serían muchos los testigos de su acto vengativo.
Sofía se ofreció acompañarlo un par de cuadras hasta su casa, pensó él que esto traería una nueva oportunidad. Llegaron al primer semáforo mientras aún le hablaba de forma constante. Martín tuvo un nuevo plan, un simple empujón eso era todo, un empujón que la arroje al tránsito. Tal vez no podrían culparlo, tal vez piensen que había cruzado mal la calle. Acercó muy despacio sus manos a su espalda, sus ojos estaban fijos y sus dientes mordían su labio inferior. Sin embargo en el último segundo, el semáforo cambió de color frustrando otra vez su deseo.
Llegaron a la puerta de su departamento. Sofía le pidió si podía devolverle un libro que dejó olvidado la última vez que estuvo allí, dijo que dentro de este tenía anotado un celular importante que necesitaba. Aceptó Martín sin dudar, pensó que esta podía ser la chance definitiva para castigarla. Subieron al pequeño ascensor y presionó el botón del piso cinco donde él vivía. El cubículo casi que los obligó a estar pegados. Esta vez no hablaron, solo esperaron hasta que la máquina los llevara a su destino. El botón de emergencia estaba detrás de Martín y fue así que comenzó a confabular un nuevo plan de venganza. –Trabo  el ascensor y la mato acá nomás- retumbaba una voz en su cabeza que casi no parecía la suya –usa la trincheta –dijo la voz ya tratándolo en segunda persona. Una mueca chueca se dibujo en su boca. Pero fue demasiado largo su pensar, ya que en un suspiro el ascensor había tocado el piso pedido. Entraron ambos al departamento y entre el desastre bibliográfico que Martín tenía junto a su cama, comenzó a buscar el libro. Cuando abrió el cajón de la mesa de noche para buscar el libro, se encontró con el arma que había comprado hace ya unos meses. El arma con el que había comenzado a practicar tiro en el polígono junto a un buen amigo que lo convenció. Serviría esa práctica tal vez, para drenar un poco el odio que esa mujer parada a sólo unos pasos había dejado en él. Su mano pasó por encima  del revólver, lo rozó un momento con las yemas de los dedos. Lo tomó y tratando de sofocar el ruido, jaló el martillo hacia atrás –esta vez sí –se oyó del aire que pasó delicado entre sus dientes apretados, casi inaudibles. Volteó, solo para chocar con un beso de una pasión desmedida sobre sus labios. Dejó en su lugar el arma. Sus brazos quedaron extendidos y sus ojos abiertos de la sorpresa. A su vez los brazos de ella se envolvían en su nuca y sus ojos permanecían cerrados y húmedos de lágrimas. Rodaron en la cama que estaba tan cerca.
Aún así, estando sobre ella, el pensamiento de Martín no se posaba en su cuerpo ni en su rostro, sino en su cuello. Era el momento ideal para ahorcarla, para acabar con el alma de esta ninfa que tanto dolor le había causado. Más Sofía lo volteo a un lado de la cama y era ahora ella la que tenía el mando sobre el cuerpo del vengativo muchacho. Una oportunidad mas que se esfumaba.
Despertó Martín luego de horas de sexo y sueño por el ruido de la puerta al cerrarse. Saltó de la cama y tomando el revólver se dirigió hasta el pasillo a buscar a su víctima para evitar su escape, pero nadie estaba para apuntarle. El corredor estaba vacío. Volvió a entrar intentando armar en su cabeza, una explicación lógica de lo que había pasado. Caminaba por el monoambiente desordenado estirando sus músculos. Luego salió al balcón con el arma aún en la mano. Miró al cielo, respiró hondo y la puso sobre su cien; jaló el martillo y choco fuerte sus parpados. Abrió los ojos justo cuando pensó que sería su último respiro y vio a su ex alejándose por la vereda. Extendió su brazo y le apuntó lo más a la cabeza que le resultaba posible. Puso el dedo en el gatillo, exhaló todo el aire para no moverse y tener un mejor disparo. Vio a la mujer que mas odiaba en el mundo dar vuelta a la esquina, sin que él pudiera dispararle. En un gran suspiro dijo –que se muera- tiró el arma junto a una maceta y entró otra vez a la casa. Con una mano ponía la pava y con la otra se secaba las lágrimas. 


EZEQUIEL OLASAGASTI

miércoles, 25 de junio de 2014

EL HERMANO MENOR

Desde el instante en que abrió los ojos  para salir de un sueño oscuro y pringoso, y mientras se esforzaba por dar una lógica a sus pensamientos, sólo tuvo una seguridad: había llegado al estadio más bajo de las conductas humanas.
Con esfuerzo logró levantarse del sillón donde  se había dormido y trastabillando, fue hasta el baño. El gusto ácido de su boca lo asqueaba  y sin mirarse al espejo se cepilló los dientes. Se lavó la cara con agua bien helada, y recién en ese momento se atrevió a mirarse de frente; con horror descubrió que su camisa tenía una enorme mancha roja.
Esa visión lo ubicó definitivamente en la inexorable realidad. Hacía apenas unas horas había dado muerte a su hermano.
El resentimiento acumulado en toda una vida explotó  con su magma de recuerdos.
Su niñez había sido como la de cualquier niño,  pero con la llegada de su hermano  todo cambió.
Se había apurado demasiado a llegar a este mundo, y era pequeño y enfermizo. Nunca se olvidó de las noches insomnes escuchándolo  toser y resoplar con sus ataques de asma.
 “Horacio es más débil”, era la muletilla de su madre. Y sí, era el más débil, y con el tiempo comprendió que esa debilidad la podía manejar a su antojo. Los ataques recrudecían cuando el padre, que era el único que entendía ese manejo, lo reprendía cada vez que pisoteaba sus cuadernos, o rompía sus juguetes.  Pero cuando su papá murió, todavía joven, la madre no encontró otro incentivo en su vida que velar por el hijo menor, mientras que él debió abandonar los estudios para conseguir un trabajo que pudiera cubrir las necesidades de los tres.
Con el tiempo, Horacio se iba transformando en un joven apuesto y con todos los atributos de su edad, que pudo terminar una carrera a  sus expensas, mientras que él vegetaba en un triste empleo municipal.
El día de la graduación, habían ido a cenar afuera y en el momento del brindis la madre le dijo “aprendé de tu hermano menor, que con la cruz de su enfermedad tuvo el coraje de terminar una carrera”, mientras que Horacio aseveraba: “mamá somos pocos los nacidos para el éxito”
Recuerda que abrió la boca para decir que Horacio había dejado de ser un enfermo crónico, y recordarles que en sus logros algo había tenido que ver su sacrificio. Pero no se atrevió a hacerles frente. Fue cuando comprendió que a lo largo de su vida sólo había aprendido a callarse, ejercitando su cobardía.

Y ahora su madre acababa de morir, después de una larga enfermedad, que él se encargó de velar. Lo hizo con conciencia,  sin ninguna palabra de agradecimiento y preguntando por Horacio que viajaba constantemente y del que jamás tenían noticias.
No había pasado un mes, cuando Horacio, que ahora era un hombre de gran fortuna, se presentó en la casa para reclamar su parte.
De nada sirvió explicarle que su vivienda era la casa familiar, y que no tenía medios para poder dejarla.
“El viernes a las diez de la noche estoy por acá, y si no me das una respuesta afirmativa, te las tendrás que ver con mis abogados”, había dicho antes de retirarse con un portazo.

Y el viernes llegó, y a las diez en punto el hermano tocaba el timbre.
Él había sido siempre un hombre pacífico, perruno casi, pero esa  vez estaba decidido a reaccionar, ante el primer insulto de su hermano.
Tal cual lo imaginara, Horacio no escuchó razones. “Necesito la plata para hacer un negocio importante, sólo te pido lo que me corresponde”, insistió.
- Sentate- dijo él, y lo llevó a un sillón ubicado de espaldas a la cocina.
Cuando  volvió a exponerle su ruinosa situación, de los labios de Horacio, salieron las palabras que necesitaba para hacer efectivo lo planeado “Siempre fuiste un fracasado”.
-Estamos los dos muy nerviosos- dijo arrastrando las palabras, y agregó – con un poco de alcohol, tal vez nos tranquilicemos. Enseguida vuelvo.

Utilizando toda la fuerza de que era capaz, golpeó la nuca con un tirante que había separado del cuarto de los trastos viejos, y una vez que su hermano estuvo en el suelo, fue a buscar  el hacha que alguna vez el padre había usado para talar un árbol.


Ahora sólo se recuerda con la bolsa de residuos, negra y pesada, arrastrándola por el jardín,  hasta llegar al cuarto del fondo.

                                                                                            ELENA TAURISANO

viernes, 20 de junio de 2014

CONFIE

Te espero entre el ayer y el hoy.
Mañana será tarde, el viento llevará mi alma sin consuelo. 
Aliento agónico de palabras no dichas.
Ojos translúcidos que buscaron tu mirada.
Cama revuelta de encuentros que se fueron. 
Soledades y esperas de gestos imposibles.
Fantasmas se apoderan de historias terminadas.
Que fue lo que pasó, aún me pregunto.
Soñé, imaginé, idealicé o sencillamente confié.

  
                                                                           Liliana Parra ♥

ANA NO VINO

“…ya han partido los últimos trenes del verano. No quedan más hasta la próxima esperanza.”

                                                                                              Francisco Urondo



Los zapatos rojos de Ana se hunden en el barro maloliente de la villa. Excremento de perro, meadas animales y humanas, restos de comida, se mezclan en un vaho insoportable que todavía le da arcadas.
Los pibes  que  están  en la esquina la miran  pasar  y el más cancherito la agarra del pelo,mientras le mete una mano en la blusa.El manotón  aturde su cuerpo cansado, usado no sabe cuántas veces esa noche.
-Pendejo, te dejo si me pagás con una birra y un par de porros - le dice
- Una birra y un par de porros cada uno, ¿trato?- contesta con suficiencia mientras la arrima al paredón.
Cierra los ojos y recuerda ese cuento en el que la chica mugrienta se convierte de golpe en princesa, porque fue la única a la que le entró el zapato de cristal.
Después se acomoda la pollera, se toma tres birras al hilo, prende un porro, guarda el resto, cierra la cartera y  sigue caminando.
Va aflojando la postura ganadora a medida que se adentra en las angostas calles sin luz.
-La pobreza tiene mal olor-le dice al silencio,  mientras, sin darse cuenta, arrastra sobre un vómito de cerveza  la estola de lentejuelas baratas.
Los moretones que le regaló el último cliente, le calientan el ojo derecho  y el rimmel se le corrió, porque no pudo controlar unas putas lágrimas de impotencia.
Menos mal que se largó a llover y le podrá dar la culpa al tiempo cuando la vieja la mire con esa cara de angustia culpable, que pone cada vez que le deja en la mano los billetes arrugados.
Está harta de todo:de su familia que depende de ella para cada cacho de pan que entra en la casa, de su novio que la vive y a cambio le tira una caricia cuando está de buen humor, de su cuerpo, que cada vez tiene menos ganas de darle una mano…
La cumbia villera se escucha fuerte en la única casa iluminada de la cuadra. A veces se tienta y pasa un rato.
-Hoy no tengo ganas ni de bailar- dice en voz alta, mientras descubre otro agujero en las medias de red, que compró hace apenas dos días y que le costaron tanto como ese camionero gordo y medio tonto, que encontró en la Richieri porque se le había pinchado una cubierta.
Camina un poco más, no ve el pozo debajo del charco viscoso.
 -¡Qué mierda me importa que también se me rompa el taco!-
Y un taconeo desparejo y otro más…y la oscuridad se traga el sonido…la oscuridad…suave oquedad sin fronteras, sin demandas, sin reclamos…
-Tenemos hambre- gritan los pibes.

-Hoy Ana no vino- contesta la madre.
                                                                                                                Cristina Salera

martes, 10 de junio de 2014

SAN PATRICIO

Desde tiempos que ya no se recuerdan, el barrio de San Patricio está atravesado por una coordenada geográfica, imaginaria y arbitraria que sólo algunas pueden distinguir, pero saben que existe. Ni unas, ni otras la atraviesan, salvo honrosas excepciones.
            En la zona sur habitan las chicas fuleras. Se las suele ver andar de aquí para allá cantando alegremente la pretérita canción de rondas infantiles que reza: “Somos chicas petiteras, flacas y fuleras del 63. Usamos medias amarillas, zapatos con hebillas y hablamos en inglés… Oh yes”. Siempre les han dicho que las fuleras debían compensar de alguna manera lo desagraciado de su aspecto, con la simpatía y la inteligencia. Y como ellas son unas fieles seguidoras de este precepto, cuando van a la verdulería del barrio lo hacen con una gran sonrisa, acompañada de alguna frase de mediana inteligencia. Saben que si no lo hacen el verdulero les dará la peor mercadería.
Las de la zona norte saben que su esfuerzo es mucho menor, porque lo más importante se los dio la naturaleza. Por eso, les alcanza con susurrar el estribillo de “Pretty woman” y menear sutilmente el frente o el reverso de sus cuerpos. Así llegan a la verdulería, confiadas en que su belleza las proveerá de las más lozanas frutas y verduras.
Cuando regresan con sus bolsas, y desde lejos, suelen hacerse demostraciones de las mejores espinacas y manzanas obtenidas según los artilugios naturales o adquiridos. Estas exhibiciones  frecuentemente van acompañadas de gestos que podrían considerarse de tonalidad verde.
Pero como no sólo de frutas y verduras viven estas chicas, es necesario hacer  manifestaciones de las bondades de cada cofradía y ya se sabe que  no hay mejor defensa que un buen ataque. Por las noches cruzan la línea imaginaria y hacen intervenciones urbanas en las paredes de los barrios. A la mañana, las fuleras encuentran pintadas del tipo: “Lo que natura non da…Salamanca non presta” y en el barrio de enfrente: “La suerte de la fea, la bonita la desea”
Otros días, en vez de escrituras, lo que encuentran en sus veredas son verdaderos mensajes, pero no pintados. Aparecen dormidos rubores, brillantes planchitas y policromos lápices labiales. Las otras aceras se pueblan de enciclopedias de variados tamaños, pesados diccionarios y discos de música clásica. Los únicos objetos que permanecen en ambas veredas son los espejos, a los que cada grupo adjudica disímiles valores semánticos.
El espejo es el elemento fundante de este divisionismo, que pareciera estar modificándose silenciosamente. Frente a él se puede producir la metamorfosis. Es un proceso que lleva tiempo, a veces mucho, y que hace cambiar a las chicas de vereda. Entonces algunas de las chicas grita: “¡sí! ¡Lo asumí! y se mudan de barrio. Debemos también tener en cuenta, que siempre habrá alguna que nunca mude de barrio y viva en el mismo por el resto de sus días.
Algunos estudiosos han encontrado esbozos de un nuevo asentamiento barrial al que han denominado “Ni muy muy, ni tan tan”. Estas chicas son muy tranquilas y no han entrado en la ofensiva, se mantienen al margen de la contienda, mansas y a la espera
Es importante tener en cuenta y no olvidar, que el nombre del barrio es masculino y quizás allí esté centrado el problema. Las chicas de una y otra zona sueñan con un armisticio y con la posibilidad de que este llegue, cuando reunidas todas en una asamblea sin espejos, logren cambiarle el nombre al barrio.

Adriana

Junio 2014

viernes, 6 de junio de 2014

¡Otra vez zapallitos!

Cada vez que hay zapallitos para comer pasa lo mismo mi papá y mi mamá acostando arriba a mis hermanos y yo sola abajo hasta que me los coma todos pero a mí no me gustan los zapallitos me dan asco como la manteca a mi papá y él no la come y yo me tengo que tragar todo el plato qué vivo mi papá y encima se enojó con la abuela  cuando me contó lo de la manteca y le dijo mamá no te metas que esto es distinto y yo no entiendo por qué es distinto pero por las dudas no pregunto no sea que se enoje más y  tampoco me deje ir al cumpleaños de Juli el sábado que también invitó a Esteban ojalá que mi mamá me deje poner el vestido que me regaló la abuela pero no creo porque es negro y blanco y tiene flecos y mi mamá dice que  no es para nenas yo no entiendo a mi mamá  porque cuando mi hermanita me quita algo o peor me rompe algo aunque sea de la escuela mi mamá siempre me reta cuando yo me enojo  me dice no seas mala porque ella es chiquita y vos sos grande pero para el vestido no  yo escuché una vez que mi abuela hablaba con su amiga que es mi abuela postiza porque como no tiene nietos me preguntó si podía ser mi abuela postiza y yo le dije que si porque es buena y me hace siempre un montón de regalos que mi mamá y mi papá son unos nazis yo no sé lo que son pero no les puedo preguntar porque me van a descubrir que me hago la dormida cuando ellas hablan que encima de que no están en todo el día cuando  vuelven siempre nos retan por algo que les cuenta Rosa que es la señora que nos cuida  también la ponen en penitencia a Clara y eso que todavía no sabe ni caminar la hacen quedar un montón en el cochecito y a ella no le gusta a mi hermano Javier lo peor es que no lo  dejen hablar porque le encanta  entonces no puede hablar con nadie por mucho tiempo ellos están cansados y se enojan por cualquier cosa con nosotros la abuela también dijo que mi mamá no debería trabajar con tres hijos chicos o por lo menos debería buscar un trabajo más cerca de mi casa o de cómo era me parece que de medio tiempo pero que ella le dijo a Julia que es mi tía una de las hermanas de mi papá que ni loca deja de trabajar porque qué pasa si se divorcia yo creo que sería lindo porque a mi amiga Pili los papás la llevaron a Disney cuando se estaban divorciando pero la abuela dice que mi mamá no aguanta todo el día con los chicos porque los fines de semana siempre se los llevan a ella cuando se van con mi papá a hacer compras la cosa es que a mí siempre me retan porque dicen que soy inquieta y que me gusta jugar en vez de hacer los deberes y que por eso me saqué notas malas en las pruebas y que no es posible que mi mamá se tenga que sentar conmigo cuando llega muerta del centro y con todo lo que tiene que hacer y yo le miento entonces y le digo que  no tengo tarea aunque la tía dice que no hay que hacer eso pero si no miento vivo en penitencia porque mi mamá y mi papá no entienden nada  de nada y encima nunca pueden ir a verme a la escuela porque están en el trabajo y va la abuela porque me quiere un montón pero no es lo mismo y tampoco me van a buscar al cole y entonces me vuelvo con la mamá de Juli que sí puede y mi casa le queda de paso y mis papás le hacen siempre regalos re lindos para Navidad porque dicen que es  lo menos que pueden hacer por ella y a Inglés me lleva Rosa menos cuando llueve que no voy porque no quiere que se moje  Clara que es chiquita y Javier no tanto pero también un poco y antes Rosa se quedaba todo el día pero ahora se jubiló y todo el día es mucho y ella se cansa porque es un poco vieja así que a la tarde se va y viene la abuela o mi abuelo Pedro que es el papá de mi mamá porque la abuela Susana que es la mamá de mi mamá tiene algo en la rodilla y camina con un bastón también viene Laura que es una amiga de mi prima más grande pero a ella le pagan para que nos cuide por eso no viene todas las tardessólo tres días porque sale caro y mi mamá que me grita que me apure a comer así me acuesto de una vez por todas y esta porquería de comida que se enfrió y así es más asquerosa y si vomito se van a enojar más.

miércoles, 4 de junio de 2014

WAITING LOVE

Tanto tantear.
Tanto anhelar.
Tanto volar errático.
Con dolor a veces
con alegría
aletea dentro  de mí una mariposa
que estalla en llama de  mil colores
o se ahueca opaca en mi mano sola.

                                                                  Cristina Salera

domingo, 1 de junio de 2014

RADIANTE

Paso dos o tres veces al día, por el mismo lugar como tantos otros mirando sin ver.
Somos en algunos casos robot que automáticamente transitamos las calles de una ciudad, fría y a temporal. 
Hoy me puse mis mejores ojos y salí a ver. Me senté en el centro de la plaza despojado de prejuicios.
Lo primero que llamó mi atención además de la sorpresa de tanta gente casi atropellándose, fué el ensordecedor sonido que irrespetuosamente se mezcla entre ellos, casi diría, midiendo su fuerza. Un festival de colores propio de la primavera, rosales grandes que orgullosamente nos muestran el esplendor de sus años, colmados de flores perfumadas tan suaves y dulces como sus pétalos... me pregunto ¿Por qué  en las de florerías raramente perfuman?, ¿Será el dolor que les produjo el desarraigo?
El césped pisoteado formó una gran alfombra  patchwork, furor en los setenta. A mi derecha, con un pequeño y tímido chorro de agua, que  el reflejo del sol lo trasformó en un deslucido arco iris, de una fuente circular que pasa inadvertida.
Mientras que a la izquierda se contraponía una fuente con un ángel, que nada tenía que envidiar a la magistral  Fontana de Fiumi de Bennini, Piazza de Navona. Roma.
 Me corre un escalofrió al verlo me acerco ¿desde cuando está allí? A puro el paso  ¡estamos Él y yo! Nuestros ojos se unen, mientras que nuestras mentes logran una común unión entre ambos.
-Estoy cansado me dice, aquí todo el tiempo ignorado... ¡me escuchas! grita el eco dentro de mi cabeza.
-¿Me hablás a mi ángel?
-SI ¿a quien si no?
-Te escucho, contesto  automáticamente (poniendo en duda mi cordura).
- Sabés , me dice,  lo bueno de estar aquí es que puedo ver a los niños jugar y en verano arrojarse agua mientras sus risas suenan como cascabeles .Escuchar declaraciones de amor, ser el más fotografiado de la plaza .Pero estoy muy confundido, me pusieron aquí sin consultarme. Escucho decir a la gente que la fuente es femenina, pero el ángel es masculino y los más provocadores, delante de mí, dicen que soy asexuado.
 ¡OH! me enoja que me echen líquidos terribles y me cepillen  desgarrando de a poco mi color que en una época era blanco radiante.
Algunos dicen que ya estoy viejo,  ¡mentira! yo siempre seré joven, pero me pregunto: ¿quien me cuidará? Después de todo a nadie le importa qué será de mi, hay horas que estoy totalmente solo, por las mañanas los pájaros y palomas vienen a beber y muchas veces me ensucian parezco su baño. Y la locura total es en una época que cubren todo con lucecitas enloquecedoras ¿sabes? nunca quedan encendidas… juegan a ser luciérnagas y bueno cada uno hace lo que puede y yo no puedo hacer nada, ni rascarme la nariz.
Te ves pálido ¿te pasa algo?
No! bueno sí, te escucho y me confundís ¿porqué me elegiste para esto?
Yo no te elegí, vos siempre pasas y hoy recién me buscaste.
Si, yo siempre estoy, ¿como te llamás?
- Pablo, le contesto ¿y vos?
-Pero hombre… ya te dije, soy Ángel.
-¿
Y que buscas de mí? le pregunte  con temor a su respuesta.
-Sencillamente que seas mi amigo, Pablo, me siento muy solo y siempre me encontrarás aquí.
-
No pude agregar nada me acerqué,  toqué sus frías manos y prometí volver. Vi su cara aniñada que esbozó una hermosa sonrisa.



LILIANA PARRA

CARETAJE

Otra noche fría y sin luna.
Manos vacías de recuerdos y llenas de presentes.
Armonioso tic tac de un reloj que va midiendo nuestras vidas.
Vidas, tiempos, espacios, intervalos de sueños y esperanzas.
Amores perros lastimosos y eternos.

Sinfonías mudas en una tierra despoblada de ejemplos.
Bocas pecadoras, infidelidades escondidas pintadas de rosado.
Latidos discordantes camuflados de normalidad.
Remembranzas de épocas pasadas como si hubiesen sido mejores.
Caretaje atolondrado y frío vestido de pureza. 

Zapatos impregnados de caminar sobre serpientes.
Lagrima seca de llantos ahogados.
Razón de sinrazones marionetas de turno.
Bailamos sin música, reímos sin risa, cantamos sin voz.
La suerte que nunca se presenta, nos hace una mueca entre cínica y sonriente. 

Mis ropas andrajosas cubren mis huesos quemándolos de ira.
Y los cabellos cubiertos de grises nieves, en una demencial espera.
Me anuncian  el inevitable final.

Liliana Parra


LA MUÑECA



Llegó a mis manos como regalo, no sé de quién, ni porqué, si fue por un cumpleaños, por Reyes, o porque sí. Tampoco puedo definir la época, calculo que tendría entre 6 a 8 años.
Lo que sí recuerdo es que se transformó en mi compañera de siempre. Tenía en ese entonces un juego de jardín, compuesto de una mesita con 4 sillas pequeñas, un juego de té de porcelana que aún conservo y con mis amiguitas celebrábamos su bautismo. La llamé Cecilia y esa ceremonia la repetíamos a menudo. En mi habitacion de niña estaba sentada en una silla con su hermoso vestido de organza, su capelina, sus bellos rizos rubios y su carita tan linda, sus labios pintados y sus ojos de vidrios celestes. Cuando la movía de atrás para adelante decía “Mamá”. Con el correr de los años la muñeca fue pasando a segundo plano. Me casé, tuve hijos y ella fue a parar a una caja en el desván. Hasta hace poco tiempo atrás en el cual hubo una mudanza, ya que al quedarme sola la casa era muy grande, mi esposo fallecido y mis hijos casados y en resumen descarté muchas cosas que no cabían en el nuevo domicilio: Muebles, adornos, etc. y en ese revolver encontré la caja con mi muñeca.
¿Cuánto había estado allí durmiendo mientras la vida pasaba? Entonces la saqué y la envié al hospital de muñecas para que la hermosearan. Así fué que cuando me la trajeron con su vestido de raso rosa, su cabello peinado y su carita repintada, la abracé con ternura. Y la coloqué en mi dormitorio, en mi sillón hamaca como muda compañera de mis horas. Una noche en la cual estaba desvelada, con mi cabeza pensando en mil temas inconclusos, al darme vuelta en la cama miré a la muñeca, siempre en la misma posición, impávida y bella. Los años no la habían afectado, pero no podía envidiarla. Yo viví, pasé momentos de gran alegría, también de tristeza, ahora a veces siento la soledad, pero eso es la vida. Verse reflejada en otras vidas, la de sus hijos, sus nietos. ¿Qué más?. Y con estos pensamientos ya somnolienta, volví a mirar a mi muñeca, y esta me miraba sonriendo, no estaba en su habitual posición, se había movido. Pero el peso de mis párpados pudo más y me quedé dormida.

AMALIA BARRIL

JULIA

Julia vivía con su hermano en el bosque, se habían quedado huérfanos , cuando ella
era apenas una niña, él 10 años mayor, se hizo cargo del mantenimiento de su pequeña hermana, trabajando como su padre lo había hecho, de leñador. Julia por su partecon nueve años apenas, colaboraba con el trabajo de la casa, aseando y preparando la comida, que se trataba de un hervido de carne y verduras para cuando su hermano llegara. Mayormente el regresaba a las 4 de la tarde y se iba muy temprano, con una pequeña vianda. Así transcurría su existencia, sin mayores modificaciones, salvo los domingos que iban a misa o a alguna kermese que se realizara en el pueblo.
Los demás días luego de asear la cabaña se iba hasta un árbol muy frondoso que se encontraba a pocos metros, donde le gustaba encaramarse. Se paraba en una horqueta trabando con sus piernas  el tronco y se inclinaba abriendo los brazos, como si fuera a volar. Esta era una costumbre que repetía con frecuencia y en algunas oportunidades Joaquín la había encontrado en esa posición, regañándola por lo peligrosa que era. “No te dás cuenta que si te caés no hay nadie que te socorra. Que estamos muy distantes de todo”. "Por favor Julia no quiero que lo vuelvas a hacer". "Prometelo, prometelo". "Que sí, te lo prometo", le contestaba ella.
Pero eso era muy distinto a lo que ella pensaba. Ella soñaba con ser un ave, que hermoso sería, los veía planear con sus alas  abiertas y recorrer largas extensiones.
Que distinta sería su vida, ya no le molestaría la soledad. Vería toda la magnitud del bosque desde arriba y hasta quizás lo viera a su hermano cortando árboles para la maderera del pueblo. ¡Todo lo vería!
Un día como otros  tantos subió a un árbol más alto que de costumbre y se quedó allí, acurrucada y ensimismada en sus pensamientos sin darse cuenta de  la hora que se avecinaba con la llegada de su hermano. Se paró sobre un tronco  y  abrió los brazos. La voz de su hermano que la vió, llamándola con espanto la sacudió, pero era tarde.
Sus pies que se apretaban al tronco, se habían convertido en garras y sus brazos en alas, y sin pensarlo más se largó al vacío, transformada en un ave, que revoloteó sobre Joaquín rozándolo con sus alas y se perdió entre el follaje.
                   

                                                                                AMALIA

jueves, 29 de mayo de 2014

PARA TI



Sabes que te espero entre realidades agotadas y sueños pasajeros.
Entre arco iris de vida, después de noches oscuras de tormenta.
Camino interminable y sin retorno. 
Locura disfrazada de cordura, que lo confunde todo.
Te fuiste lo se, pero también el sol se esconde y luego vuelve.
La primavera le da paso al verano y el río desemboca en el mar.
Quien predice el final nadie lo sabe ¿y si todo vuelve a comenzar?

¡Si todo vuelve a comenzar YO TE ESTARÉ ESPERANDO!

  Liliana Parra Moranchel 

miércoles, 28 de mayo de 2014

MIRO VIBRO Y SUEÑO

Miro hacia adelante y tropiezo con tus ojos negros. 
Miro tu piel que me envuelve, hasta lo más profundo.
Miro tus labios que se unen a los míos, como mieles.
Miro tus manos que acarician tiernamente mi cabello.

Vibro a tu compás, como alondras en cortejo.
Vibro cada ves que pronuncias mi nombre.
Vibro cada mañana a los despertares juntos.
Vibro cuando abrazados nuestras almas se funden.

Sueño más allá de lo soñado.
Sueño con la magia del encuentro. 
Sueño como una adolescente enamorada.
Sueño en el otoño de mi vida. 

MIRO VIBRO Y Sueño, por  nuestro amor eterno.

LILIANA PARRA MORANCHEL 


VERTIENTE

Mis pies pisaron ese arroyo,
mientras nuestros ojos,
se exploraban desde las profundidades.
Vertiente fría, que alimenta los sueños.
Sueños eternos compartidos, entre miradas cómplices.

Lenguaje mágico, de jóvenes y eternos amantes.
Pies cansados, que resisten el camino.
Manos arrugadas y torpes, que no olvidan el lenguaje, de la tierna caricia.
Abrazos llenos de perfumes, en  noches de luna llena.
La vida unió nuestras almas, con alas de ángeles divinos.

Seguros, de que la eternidad es el destino.

LILIANA PARRA MORANCHEL

LLAMADOR DE ANGELES

Después de una noche totalmente desvelada, me levanto cansada de dar vueltas en la cama.
Pongo a calentar un café y como autómata recojo el diario del jardín. Leo los titulares, el horóscopo y los obituarios; costumbre que me dejó mi padre .Según  él era importante para mandar las condolencias porque en el pueblo todos nos conocíamos.
Me pongo mis mejores ropas ya que hoy es un día especial, después de estar más de quince años en este departamento pequeño y alquilado, voy a escriturar mi primera casa. Un  taxi me espera, subo y saludo cortésmente al chofer y reviso nuevamente mi cartera para asegurarme que ningún documento falte.
La reunión transcurrió como era de esperar y en menos de dos horas tenía en mis manos una escritura que confirmaba que yo, STELLA MARIS ROJAS, titular del domicilio cito en la calle… ya no pude leer más, mis ojos se cubrieron de lágrimas.
Salgo desbordada de alegría directamente a la casa de Susana, mi amiga incondicional de toda la vida. Me recibe y nos fundimos en un abrazo interminable, sus manos grandes frotan mi espalda a modo de caricia materna mientras dice: “sabes amiga, siempre supe que lo lograrías, todas esas horas de trabajo extra, privaciones y tu constancia para ahorrar”, mientras me hablaba, como una película pasó por mi cabeza, los últimos años de mi vida.
Susana ya tenía en sus manos las llaves de su auto y como dos adolescentes, fuimos riendo y hablando a la vez, camino a mi nuevo hogar.
Tengo que reconocer que cuando me paré frente a la puerta, mis piernas se aflojaron y mi cuerpo temblaba como una hoja sacudida por el viento.
Frente a mí, se erguía un caserón antiguo con sus paredes descascaradas y ennegrecidas de humedad, postigo de madera destartalado una parte del alero caído, un llamador de ángeles de finas piedras celestes que brillaba con el sol, vidrios partidos y un yuyal que solo dejaba un fino camino para pasar.
Mi felicidad me hacía verla tal cuál mi mente pensaba arreglarla, radiante como un sol de verano.
El primer invierno fue difícil, con las primeras lluvias descubrí que caía más agua adentro que afuera, urgía arreglarla, contrate un señor que tuvo que levantar y cambiar todo y se llevó mis únicos ahorros.
Nada salía como yo lo había planeado, mi estado de ánimo variable era insostenible, de la risa al llanto, del silencio al grito, el descontrol se apoderó de mí. La depresión me llevó a no comer, comencé a bajar de peso, mis ojeras negras y marcadas comenzaron a llamar la atención de mis amigos y compañeros de trabajo.
No sé muy bien en qué momento tuve la sensación de que no estaba sola, fue como si la casa cobrara vida, percibí que alguien me observaba todo el tiempo.
Al principio ignoré algunas situaciones, pensé que era cansancio. Las distracciones cada vez más frecuentes, no querían ver la realidad.
La primera noche que lo sentí, yo estaba cocinando y él pasó detrás de mí, me abrazó un perfume varonil que me envolvía con una suave brisa, sentí un estremecimiento nunca antes vivido, me paralicé y no pude siquiera pestañar, la habitación se congeló como o más que yo.
Cada día, nuevas situaciones se sumaban, los muebles y los adornos aparecían cambiados de lugar, ruido de pasos, canillas que se abrían y dejaban correr el agua a borbotones como un río de sangre, ropas del placard que aparecían sobre la cama, cortes  de luz sin explicación y el llamador de ángeles que sonaba curiosamente aunque no hubiera viento.
Ante semejante situación, dudé si mi salud mental estaba en peligro. Se sumó que por las noches escuchaba el fino tintinear de cristales chocando suavemente como en un brindis.
Sin decir que pasaba, traté de averiguar por el barrio la historia de la casa, si  alguien había conocido a sus antiguos moradores. Todo era silencio, como un pacto me miraban con recelo y miedo. Solo después de muchos días, una anciana que pasó por la puerta me dijo por lo bajo: “El señor que vivía aquí se suicidó ahogándose en la bañera, una tragedia”, y sin más, desapareció de mi vista.
Así fueron pasando los meses y yo acostumbrándome a vivir acompañada. Llegué a poner a la hora de la cena dos platos en la mesa, y para mi asombro, mientras comía, la silla frente a mí se corría como si alguien ocupara ese lugar.
Ya no sabía si era mi imaginación o la realidad, ¿era un límite que nunca había cruzado?
Comencé a dejar de salir salvo en situaciones inevitables.
Leía por las noches mis libros en voz alta convencida de que él me escuchaba.
Llegué al punto de no diferenciar la noche del día, lo único que me traía a un cierto acercamiento con lo que había sido mi vida, era cumplir el rito de leer el diario. Primero los titulares, después el horóscopo y por último los obituarios.
   Ah, me olvidaba de contarles, hace unos meses en uno de ellos decía:
“A mi amiga STELLA MARIS ROJAS, este es mi homenaje porque fue condescendiente conmigo y me aceptó tal cuál soy. Dios la tenga en la gloria, nunca te olvidaré, tu amiga Susana”.



                                                                                          LILIANA PARRA MORANCHEL♥

ROSITA

Abro los ojos y todo está oscuro a mi alrededor. Intento desperezarme y me doy cuenta que no puedo mover el brazo izquierdo. Paulatinamente me acostumbro a la escasa luz que entra por una hendija y empiezo a ver algunos objetos que están a mi lado: dos carteras de cuero desgastadas, una campera abrigada que hace años no veía, un juego de almohadones, y una bolsa llena de fotocopias que aprisionan mi miembro superior, acalambrándolo y sin permitir que lo mueva a voluntad. Alcanzo a leer en la bolsa que contiene apuntes, una leyenda que reza “Estadística- 2003”(sí, tengo mas de 25 años y en este cuarto de siglo aprendí a leer, aunque ella no lo sepa).
No entiendo mucho que sucede, ni donde estoy. Intento hacer memoria y recuerdo que hasta anoche estaba en el lugar donde vivo desde hace seis años, en mi lugar favorito de la casa: en la biblioteca. Pero ahora no veo a Sábato, ni a Cortázar, ni a Allende, ¿será que llegó mi hora? Quizás aquella rana de felpa tenía razón el día que se despidió de mi: “Tarde o temprano se va a deshacer de vos también, ya no es una niña, es una adulta, y los adultos no juegan con osos de peluches”, me dijo.

De repente, mientras una lágrima se caía de mis ojos de plástico y la nostalgia de la llegada de la despedida invadía mi corazón de goma espuma, el piso comenzó a moverse. Los almohadones y la campera también se movían, rotando por encima de mi cuerpo. Incluso los apuntes de Estadística cambiaron de posición, liberando a mi brazo izquierdo, el cual se sintió aliviado.
“Tirala sin tanto cuidado, que no hay nada que se rompa adentro”. Era su voz. La reconocí al instante y me angustié súbitamente. No podía creer que sin preámbulos, sin una charla de despedida, ni una lágrima derramada, pudiera deshacerse así como así de mí, después de tantos años.
Mi vida junto a ella se me pasó velozmente como una película por mi cabeza. El día que la ví por primera vez noté con ternura que tenía que ponerse en puntitas de pie para verme, exhibida como estaba, detrás del mostrador. Muchos no creen en el amor a primera vista, pero yo sí. Apenas la ví,  apenas me vió supimos que teníamos un largo camino por recorrer juntas. Pocas veces se lo pude decir con palabras, los osos de felpa sabemos que no corresponde a los buenos usos y costumbres hablarle a las personas. Y mucho menos cuando son adultos. Existen numerosos tomos en la biblioteca de los juguetes en los que se comprueba científicamente que cada vez que un adulto confiesa que ha conversado con alguno de nosotros, autoridades oficiales se encargan de separarlo del resto de los adultos, acallándolo con pastillas de colores. Diferente es el caso de los niños, con ellos sí se puede hablar y tener largas conversaciones, nos cuentan sus alegrías, sus hazañas y muchas veces lloramos juntos a escondidas. Pero llega un día, mas tarde o mas temprano, en el cual dejan de hablarnos, simplemente nos miran y cuando les hablamos ya ni reconocen nuestras voces y miran sorprendidos buscando de dónde vienen esas palabras. Ese día, ese triste día, se convierten en adultos. Y aprenden que no está bien visto seguir durmiendo con nosotros, ni llorar abrazados a nuestro cuerpo de peluche, ni llevarnos a las reuniones sociales. Pocos adultos siguen haciéndolo, pero son los que finalmente terminan encerrados, con cócteles de pastillas de diferentes formas y colores.
Por eso nosotros los peluches, cuando llega ese día en el cual nuestros fieles amigos dejan de tratarnos como pares, entendemos que la sociedad ha logrado quebrantar su ingenuidad y la magia de su niñez. Y que ya están preparados para ser seres socialmente productivos, trabajar nueve horas diarias, mirar el noticiero, esconder sus emociones y no hablar más con ositos de felpa.  Ese día, sabemos que debemos dejar de hablarles y resignarnos a ser olvidados en un baúl, llenos de polvo y suciedad. En el mejor de los casos somos regalados a otros niños, con quienes podemos volver a jugar y a conversar, pero nunca es lo mismo, todos sabemos que el primer amor nunca se olvida.
-¿A dónde vamos?- Dice de repente un almohadón interrumpiendo mis pensamientos.
-No lo sé, pero por el movimiento creo que estamos viajando sobre cuatro ruedas, me recuerda a cuando llegue a la ciudad- Responde una de las carteras desgastadas por el uso.
-Debe ser el camión de la basura. Estadísticamente el 78,9% de las fotocopias terminamos en él. Es el fin- Agregó, fatalista como siempre, la bolsa de apuntes del año 2003.

Yo por mi parte no podía creer que esta fuera la despedida. Las voces de mis compañeros de caja se entremezclaban en comentarios progresivamente más pesimistas, hasta que logré la abstracción mental suficiente para poder dejar de escucharlos. Creo que en algún momento, incluso logré dormirme.
-Fin del recorrido, llegamos.- Me despertó la voz de un hombre desconocido.
-Gracias, yo me ocupo del resto.- Contestó ella, que ya no tenía que ponerse en puntas de pie para alcanzar las cajas y bajarlas del camión.
Ni bien desapareció la voz del conductor, comencé a notar como los rayos de luz empezaron a enceguecer mis ojos.
-Bienvenida a nuestro nuevo hogar Rosita- Me dice. - Si estás de acuerdo continuarás viviendo en la biblioteca. No me preguntes cómo, pero sé que siempre fue tu lugar favorito de la casa. ¿No es verdad?
No le contesté, después de todo no quería que la internaran.

DANIELA DELGADO

UN HOMBRE EN EL CROPISCULO

Hacía mucho tiempo que no se acercaba a un cropísculo, tanto que al principio no recordó bien qué era y dudó algunos minutos entre aproximarse a él o continuar con su camino. No suele haber cropísculos en los manicomios, por razones obvias dicen…

Por lo tanto hacía dos mil cuatrocientos cincuenta y dos días que no veía uno. Sí, llevaba seis años, ocho meses y veinte días en el manicomio. Los tenía contados. Hay pocas cosas que hacer allí adentro, quizá por eso la costumbre de contar los días, como los presos. Recuerda lo que le dijo  una tarde Fabían, entre amargo y amargo: “¿Sabés lo que pasa flaco?, los de afuera necesitan quedarse tranquilos que son diferentes a nosotros, que los locos estamos adentro, bien delimitados por el muro que nos separa. Así se protegen de pensar que algo de esto puede pasarle a ellos, creyendo que la línea divisoria entre la locura y la “normalidad” es tan alta y rígida como el paredón del hospicio”.

               “¿Un cropísculo acá adentro?, ¡qué extraño!” Se preguntó Luis. “¿Quién se lo habrá olvidado?”. Miró a su alrededor y no había nadie en el largo pasillo del pabellón. Temeroso y vacilante se acercó entonces y miró a través de él. Al principió la imagen con la que se encontró le pareció difusa.  Una pared mal revocada y con la pintura gastada y sucia por el paso de los años, fue lo primero que observó. En ella había escritas fechas, nombres, frases, las cuales estaban superpuestas y se le volvían inteligibles. La suciedad, los hongos y el paso del tiempo hacían imposible la lectura de las mismas. Pensó en seguir con su camino, después de todo al parecer no había nada interesante que ver a través del cropísculo.
Estaba a punto de marcharse, desilusionado, cuando de repente, detrás del cropísculo lo vio. Sentado en un banco del hospicio, cebándose un amargo, se hallaba un viejo con un sobretodo marrón. Los pocos pelos canosos que le quedaban se dejaban mover suavemente por el viento de aquel agosto cruel. “¿Será un paciente nuevo?” Se preguntó Luis. “¡Qué raro, nunca lo vi por acá!”, pensó y se acercó un poco más al cropísculo para ver si llegaba a distinguir quién era.
               El viejo, mientras tanto, se cebó otro mate. Si se lo miraba con detenimiento se podía observar sus ojos cansados, su piel arrugada y su mirada triste. Su ropa, tan gastada como su piel, dejaba entrever el daño que había ocasionado el paso de los años en ella.
El viejo suavemente sacó un cigarrillo del bolsillo de su sobretodo, lo encendió, y entre pitada y pitada se cebó otro amargo. Luis, mientras tanto, continuó mirándolo a través del cropísculo y mientras más fijamente lo observaba, más patente se le volvía la sensación de cierta familiaridad con aquel anciano. “De algún lugar conozco esos ojos verdes, los he visto antes.” Pensó Luis. “No acá adentro, pero los he visto antes”. Tomó coraje entonces y se animó a hablarle al hombre que se encontraba detrás del cropísculo.
               -“Ey señor. Sí, aquí, detrás del cropísculo, ¿me ve?. Disculpe la interrupción, pero creo que nos hemos conocido antes, ¿lleva mucho tiempo acá adentro?”,le preguntó Luis al viejo.
               -“Dos mil cuatrocientos cincuenta y dos días pibe. Exactamente dos mil cuatrocientos cincuenta y dos días. ¿Te preguntarás por qué tanta precisión? Es que hay tan pocas cosas que hacer acá adentro…
               Luis lo miró desconcertado. Intentó esbozar una palabra, pero no pudo. Antes que eso suceda lo sorprendió Estela, la enfermera nueva del pabellón.
               -“´¿Qué haces con mi cropísculo, Luis?, ¿Dónde lo encontraste? Llevo horas buscándolo, necesito retocarme el maquillaje que tengo una cita a la salida del hospital”.


Daniela Delgado

ESCUALOS

Navegar en aguas profundas
tan profundas como la soledad.
Esa soledad de abuelas sin nietos,
esos nietos que no conocieron sus propios mares
mares que a veces devuelven historias
tremendas historias asediadas por escualos.
Escualos que desgarraron vidas.
En esos mares oscuros las abuelas bucean
y siguen tendiendo redes,
porque saben que un día
los escualos dejarán los inmensos mares
para poblar los acuarios de la justicia.
Las redes cubrirán las heridas abiertas
por los antiguos pobladores.
Esos, los más miserables.


Adriana Bargallo

Mayo 2014