miércoles, 28 de mayo de 2014

ROSITA

Abro los ojos y todo está oscuro a mi alrededor. Intento desperezarme y me doy cuenta que no puedo mover el brazo izquierdo. Paulatinamente me acostumbro a la escasa luz que entra por una hendija y empiezo a ver algunos objetos que están a mi lado: dos carteras de cuero desgastadas, una campera abrigada que hace años no veía, un juego de almohadones, y una bolsa llena de fotocopias que aprisionan mi miembro superior, acalambrándolo y sin permitir que lo mueva a voluntad. Alcanzo a leer en la bolsa que contiene apuntes, una leyenda que reza “Estadística- 2003”(sí, tengo mas de 25 años y en este cuarto de siglo aprendí a leer, aunque ella no lo sepa).
No entiendo mucho que sucede, ni donde estoy. Intento hacer memoria y recuerdo que hasta anoche estaba en el lugar donde vivo desde hace seis años, en mi lugar favorito de la casa: en la biblioteca. Pero ahora no veo a Sábato, ni a Cortázar, ni a Allende, ¿será que llegó mi hora? Quizás aquella rana de felpa tenía razón el día que se despidió de mi: “Tarde o temprano se va a deshacer de vos también, ya no es una niña, es una adulta, y los adultos no juegan con osos de peluches”, me dijo.

De repente, mientras una lágrima se caía de mis ojos de plástico y la nostalgia de la llegada de la despedida invadía mi corazón de goma espuma, el piso comenzó a moverse. Los almohadones y la campera también se movían, rotando por encima de mi cuerpo. Incluso los apuntes de Estadística cambiaron de posición, liberando a mi brazo izquierdo, el cual se sintió aliviado.
“Tirala sin tanto cuidado, que no hay nada que se rompa adentro”. Era su voz. La reconocí al instante y me angustié súbitamente. No podía creer que sin preámbulos, sin una charla de despedida, ni una lágrima derramada, pudiera deshacerse así como así de mí, después de tantos años.
Mi vida junto a ella se me pasó velozmente como una película por mi cabeza. El día que la ví por primera vez noté con ternura que tenía que ponerse en puntitas de pie para verme, exhibida como estaba, detrás del mostrador. Muchos no creen en el amor a primera vista, pero yo sí. Apenas la ví,  apenas me vió supimos que teníamos un largo camino por recorrer juntas. Pocas veces se lo pude decir con palabras, los osos de felpa sabemos que no corresponde a los buenos usos y costumbres hablarle a las personas. Y mucho menos cuando son adultos. Existen numerosos tomos en la biblioteca de los juguetes en los que se comprueba científicamente que cada vez que un adulto confiesa que ha conversado con alguno de nosotros, autoridades oficiales se encargan de separarlo del resto de los adultos, acallándolo con pastillas de colores. Diferente es el caso de los niños, con ellos sí se puede hablar y tener largas conversaciones, nos cuentan sus alegrías, sus hazañas y muchas veces lloramos juntos a escondidas. Pero llega un día, mas tarde o mas temprano, en el cual dejan de hablarnos, simplemente nos miran y cuando les hablamos ya ni reconocen nuestras voces y miran sorprendidos buscando de dónde vienen esas palabras. Ese día, ese triste día, se convierten en adultos. Y aprenden que no está bien visto seguir durmiendo con nosotros, ni llorar abrazados a nuestro cuerpo de peluche, ni llevarnos a las reuniones sociales. Pocos adultos siguen haciéndolo, pero son los que finalmente terminan encerrados, con cócteles de pastillas de diferentes formas y colores.
Por eso nosotros los peluches, cuando llega ese día en el cual nuestros fieles amigos dejan de tratarnos como pares, entendemos que la sociedad ha logrado quebrantar su ingenuidad y la magia de su niñez. Y que ya están preparados para ser seres socialmente productivos, trabajar nueve horas diarias, mirar el noticiero, esconder sus emociones y no hablar más con ositos de felpa.  Ese día, sabemos que debemos dejar de hablarles y resignarnos a ser olvidados en un baúl, llenos de polvo y suciedad. En el mejor de los casos somos regalados a otros niños, con quienes podemos volver a jugar y a conversar, pero nunca es lo mismo, todos sabemos que el primer amor nunca se olvida.
-¿A dónde vamos?- Dice de repente un almohadón interrumpiendo mis pensamientos.
-No lo sé, pero por el movimiento creo que estamos viajando sobre cuatro ruedas, me recuerda a cuando llegue a la ciudad- Responde una de las carteras desgastadas por el uso.
-Debe ser el camión de la basura. Estadísticamente el 78,9% de las fotocopias terminamos en él. Es el fin- Agregó, fatalista como siempre, la bolsa de apuntes del año 2003.

Yo por mi parte no podía creer que esta fuera la despedida. Las voces de mis compañeros de caja se entremezclaban en comentarios progresivamente más pesimistas, hasta que logré la abstracción mental suficiente para poder dejar de escucharlos. Creo que en algún momento, incluso logré dormirme.
-Fin del recorrido, llegamos.- Me despertó la voz de un hombre desconocido.
-Gracias, yo me ocupo del resto.- Contestó ella, que ya no tenía que ponerse en puntas de pie para alcanzar las cajas y bajarlas del camión.
Ni bien desapareció la voz del conductor, comencé a notar como los rayos de luz empezaron a enceguecer mis ojos.
-Bienvenida a nuestro nuevo hogar Rosita- Me dice. - Si estás de acuerdo continuarás viviendo en la biblioteca. No me preguntes cómo, pero sé que siempre fue tu lugar favorito de la casa. ¿No es verdad?
No le contesté, después de todo no quería que la internaran.

DANIELA DELGADO

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