Abro los ojos y todo está oscuro a mi alrededor. Intento
desperezarme y me doy cuenta que no puedo mover el brazo izquierdo.
Paulatinamente me acostumbro a la escasa luz que entra por una hendija y
empiezo a ver algunos objetos que están a mi lado: dos carteras de cuero
desgastadas, una campera abrigada que hace años no veía, un juego de
almohadones, y una bolsa llena de fotocopias que aprisionan mi miembro
superior, acalambrándolo y sin permitir que lo mueva a voluntad. Alcanzo a leer
en la bolsa que contiene apuntes, una leyenda que reza “Estadística- 2003”(sí,
tengo mas de 25 años y en este cuarto de siglo aprendí a leer, aunque ella no
lo sepa).
No entiendo mucho que sucede, ni donde estoy. Intento hacer memoria
y recuerdo que hasta anoche estaba en el lugar donde vivo desde hace seis años,
en mi lugar favorito de la casa: en la biblioteca. Pero ahora no veo a Sábato,
ni a Cortázar, ni a Allende, ¿será que llegó mi hora? Quizás aquella rana de
felpa tenía razón el día que se despidió de mi: “Tarde o temprano se va a
deshacer de vos también, ya no es una niña, es una adulta, y los adultos no juegan
con osos de peluches”, me dijo.
De repente, mientras una lágrima se caía de mis ojos de plástico y
la nostalgia de la llegada de la despedida invadía mi corazón de goma espuma,
el piso comenzó a moverse. Los almohadones y la campera también se movían,
rotando por encima de mi cuerpo. Incluso los apuntes de Estadística cambiaron
de posición, liberando a mi brazo izquierdo, el cual se sintió aliviado.
“Tirala sin tanto cuidado, que no hay nada que se rompa adentro”. Era
su voz. La reconocí al instante y me angustié súbitamente. No podía creer que
sin preámbulos, sin una charla de despedida, ni una lágrima derramada, pudiera deshacerse
así como así de mí, después de tantos años.
Mi vida junto a ella se me pasó velozmente como una película por mi
cabeza. El día que la ví por primera vez noté con ternura que tenía que ponerse
en puntitas de pie para verme, exhibida como estaba, detrás del mostrador.
Muchos no creen en el amor a primera vista, pero yo sí. Apenas la ví, apenas me vió supimos que teníamos un largo
camino por recorrer juntas. Pocas veces se lo pude decir con palabras, los osos
de felpa sabemos que no corresponde a los buenos usos y costumbres hablarle a
las personas. Y mucho menos cuando son adultos. Existen numerosos tomos en la
biblioteca de los juguetes en los que se comprueba científicamente que cada vez
que un adulto confiesa que ha conversado con alguno de nosotros, autoridades
oficiales se encargan de separarlo del resto de los adultos, acallándolo con
pastillas de colores. Diferente es el caso de los niños, con ellos sí se puede
hablar y tener largas conversaciones, nos cuentan sus alegrías, sus hazañas y
muchas veces lloramos juntos a escondidas. Pero llega un día, mas tarde o mas
temprano, en el cual dejan de hablarnos, simplemente nos miran y cuando les
hablamos ya ni reconocen nuestras voces y miran sorprendidos buscando de dónde
vienen esas palabras. Ese día, ese triste día, se convierten en adultos. Y
aprenden que no está bien visto seguir durmiendo con nosotros, ni llorar
abrazados a nuestro cuerpo de peluche, ni llevarnos a las reuniones sociales.
Pocos adultos siguen haciéndolo, pero son los que finalmente terminan
encerrados, con cócteles de pastillas de diferentes formas y colores.
Por eso nosotros los peluches, cuando llega ese día en el cual
nuestros fieles amigos dejan de tratarnos como pares, entendemos que la
sociedad ha logrado quebrantar su ingenuidad y la magia de su niñez. Y que ya
están preparados para ser seres socialmente productivos, trabajar nueve horas
diarias, mirar el noticiero, esconder sus emociones y no hablar más con ositos
de felpa. Ese día, sabemos que debemos
dejar de hablarles y resignarnos a ser olvidados en un baúl, llenos de polvo y
suciedad. En el mejor de los casos somos regalados a otros niños, con quienes
podemos volver a jugar y a conversar, pero nunca es lo mismo, todos sabemos que
el primer amor nunca se olvida.
-¿A dónde
vamos?- Dice de repente un almohadón interrumpiendo mis pensamientos.
-No lo sé, pero
por el movimiento creo que estamos viajando sobre cuatro ruedas, me recuerda a
cuando llegue a la ciudad- Responde una de las carteras desgastadas por el uso.
-Debe ser el
camión de la basura. Estadísticamente el 78,9% de las fotocopias terminamos en
él. Es el fin- Agregó, fatalista como siempre, la bolsa de apuntes del año
2003.
Yo por mi parte
no podía creer que esta fuera la despedida. Las voces de mis compañeros de caja
se entremezclaban en comentarios progresivamente más pesimistas, hasta que
logré la abstracción mental suficiente para poder dejar de escucharlos. Creo
que en algún momento, incluso logré dormirme.
-Fin del
recorrido, llegamos.- Me despertó la voz de un hombre desconocido.
-Gracias, yo me
ocupo del resto.- Contestó ella, que ya no tenía que ponerse en puntas de pie
para alcanzar las cajas y bajarlas del camión.
Ni bien
desapareció la voz del conductor, comencé a notar como los rayos de luz
empezaron a enceguecer mis ojos.
-Bienvenida a
nuestro nuevo hogar Rosita- Me dice. - Si estás de acuerdo continuarás viviendo
en la biblioteca. No me preguntes cómo, pero sé que siempre fue tu lugar
favorito de la casa. ¿No es verdad?
No le contesté,
después de todo no quería que la internaran.
DANIELA
DELGADO
Hermoso, conmovedor y con grandes rasgos de una realidad que nos puede pasar. :)
ResponderEliminarGracias Lili!
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