Las hojas tienen líneas de vientre, de útero. Algunas
veces se cansan de estas formas y entonces extienden sus dedos y sacan las
uñas, como las que pueblan los robles o los arces, o se afinan como espadas
filosas para pelearle al frío y resistir tal como lo hicieron los pueblos originarios
de la Patagonia. Buscan aferrarse a su padre con todas sus fuerzas, porque
saben que habrá un tiempo en que deben partir y dejarlo. Será cuando Perséfone
deba regresar con Hades al mundo infernal. Ellas acompañarán a Démeter en su
dolor de madre que pierde a una hija. La conocen desde siempre y saben percibir
su tristeza. El verde de sus cuerpos se irá despidiendo del azul y surgirán miles de dorados posibles. Amarillentarán sus
almas para comenzar una doble despedida. Se solidarizarán con esa madre y
caerán, se arrojarán sobre ella para arroparla, creando un suave y cálido manto
rubio. Ambas saben que habrá que esperar un tiempo que les parecerá eterno,
pero que el ciclo volverá. Volverá la redondez del vientre.
El azul y el amarillo se
enamorarán nuevamente y se unirán cuando Hades vuelva a dejar libre a
Perséfone. Ella emprenderá el camino de regreso a la tierra. Las hojas
comenzarán a nacer, a mecerse y a bailar para organizar con entusiasmo la
fiesta del reencuentro: ellas con su padre y la primavera con la madre tierra.
Y entonces ¡sí!, Irradiarán su verdor recién estrenado y brillarán con el verde
más verde que jamás hayamos imaginado.
Adriana Bargallo
Abril
2014
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