Hacia ese montón
de pedacitos de luna bañados de sal se dirigieron las dos. Hacia ese horizonte
de otros mundos posibles, aunque ninguna de ellas lo supieran.
Una dejó todo en orden: su casa, sus
papeles, sus cuentas, sus seguros, sus libros y las precisas instrucciones de
lo que había que hacer en el tiempo en que no estuviera. Era organizada y
metódica. No le gustaba que nada quedara fuera de control, de su control. Por
eso, esa madrugada antes de partir, repasó una y mil veces todo. En su valija
llevaría lo imprescindible. Así evitaría tener que dejar que su equipaje
viajara en la bodega del avión. Quería su pequeña valija cerca, bien cerca,
como para poder abrazarla durante el corto tiempo que iba a durar el viaje.
Puso correctamente ordenadas, una muda de ropa, el libro y la foto. Nada más
La otra había comenzado con los
preparativos hacía unos cuantos días. Estas cosas suelen suceder cuando llega
el momento en que se siente que diciembre se desvanece. Ponía y sacaba ropa
según lo que vaticinara el servicio meteorológico. Eligió un solo libro y
muchos CD. Una imagen mental la atravesaba: balanzas en las que se ponen y
sacan cosas de los platillos, materiales
y de las otras. Mientras tanto tiraba dentro del bolso remeras, vestidos,
mallas y restos de protectores solares viejos. Para que su cabeza bajara un
poco aquel nivel de excitación y confusión de platillos, hizo una lista mental.
Un mes era mucho tiempo, el primero en su vida. Vencimiento de cuotas y de
servicios; suficiente alimento para sus mascotas; indicaciones y precauciones
para quien las cuidara; algunas trabas nuevas para las ventanas de su
departamento; electrodomésticos desenchufados y termotanque apagado. También
pensaba en el sonido de los caracoles encerrados, en la brisa fresca, en el
movimiento de las lágrimas que se acercan y se alejan, se alejan y se acercan;
en el viento sabroso que acelera el apetito y en los trescientos sesenta soles
nuevos.
Ninguna olvidó su teléfono celular.
Llegaron el mismo día. Una más
temprano que la otra y cada una buscó un hotel frente a aquel desierto húmedo.
¿Cómo se hace?
Descansaron un rato mirando hacia la ventana para
encontrar cada una su respuesta.
A la tarde pusieron sus pies sobre
esa alfombra dorada tibia y calma. Ella les dio la confianza necesaria para
avanzar.
Una llevó solamente aferrados en sus
manos, el libro y la foto. Caminó lento, pero decidida hacia el horizonte,
hacia ese lugar donde el sol se despide de algunos.
La otra iba liviana, despeinada y
con tantas fantasías que parecían no encajar en su cuerpo. Con pasos rápidos
tomó el camino hacia la izquierda, el que lleva al sur, hacia abajo. Porque
allí, abajo y a la izquierda, dicen los zapatistas, está el corazón.
Paradas ahí, en Playa Esperanza, y
antes de empezar a recorrer cada una su camino, enviaron a alguien un breve y
hondo mensaje de texto. Estos, como palomas, fueron recibidos en distintas
manos y dos rostros que se desencajaron antagónicos.
Marzo 2014
Adriana Bargalló
Muy buen texto, felicitaciones :)
ResponderEliminarGenera mucho al no develar todos los misterios de los personajes
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