miércoles, 14 de mayo de 2014

PLAYA ESPERANZA

Hacia ese montón de pedacitos de luna bañados de sal se dirigieron las dos. Hacia ese horizonte de otros mundos posibles, aunque ninguna de ellas lo supieran.

            Una dejó todo en orden: su casa, sus papeles, sus cuentas, sus seguros, sus libros y las precisas instrucciones de lo que había que hacer en el tiempo en que no estuviera. Era organizada y metódica. No le gustaba que nada quedara fuera de control, de su control. Por eso, esa madrugada antes de partir, repasó una y mil veces todo. En su valija llevaría lo imprescindible. Así evitaría tener que dejar que su equipaje viajara en la bodega del avión. Quería su pequeña valija cerca, bien cerca, como para poder abrazarla durante el corto tiempo que iba a durar el viaje. Puso correctamente ordenadas, una muda de ropa, el libro y la foto. Nada más
            La otra había comenzado con los preparativos hacía unos cuantos días. Estas cosas suelen suceder cuando llega el momento en que se siente que diciembre se desvanece. Ponía y sacaba ropa según lo que vaticinara el servicio meteorológico. Eligió un solo libro y muchos CD. Una imagen mental la atravesaba: balanzas en las que se ponen y sacan  cosas de los platillos, materiales y de las otras. Mientras tanto tiraba dentro del bolso remeras, vestidos, mallas y restos de protectores solares viejos. Para que su cabeza bajara un poco aquel nivel de excitación y confusión de platillos, hizo una lista mental. Un mes era mucho tiempo, el primero en su vida. Vencimiento de cuotas y de servicios; suficiente alimento para sus mascotas; indicaciones y precauciones para quien las cuidara; algunas trabas nuevas para las ventanas de su departamento; electrodomésticos desenchufados y termotanque apagado. También pensaba en el sonido de los caracoles encerrados, en la brisa fresca, en el movimiento de las lágrimas que se acercan y se alejan, se alejan y se acercan; en el viento sabroso que acelera el apetito y en los trescientos sesenta soles nuevos.
            Ninguna olvidó su teléfono celular.
            Llegaron el mismo día. Una más temprano que la otra y cada una buscó un hotel frente a aquel desierto húmedo.
            ¿Cómo se hace?
Descansaron un rato mirando hacia la ventana para encontrar cada una su respuesta.
            A la tarde pusieron sus pies sobre esa alfombra dorada tibia y calma. Ella les dio la confianza necesaria para avanzar.
            Una llevó solamente aferrados en sus manos, el libro y la foto. Caminó lento, pero decidida hacia el horizonte, hacia ese lugar donde el sol se despide de algunos.
            La otra iba liviana, despeinada y con tantas fantasías que parecían no encajar en su cuerpo. Con pasos rápidos tomó el camino hacia la izquierda, el que lleva al sur, hacia abajo. Porque allí, abajo y a la izquierda, dicen los zapatistas, está el corazón.
            Paradas ahí, en Playa Esperanza, y antes de empezar a recorrer cada una su camino, enviaron a alguien un breve y hondo mensaje de texto. Estos, como palomas, fueron recibidos en distintas manos y dos rostros que se desencajaron antagónicos.

Marzo 2014

Adriana Bargalló

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