Hacía mucho tiempo que no se acercaba a un cropísculo, tanto que al
principio no recordó bien qué era y dudó algunos minutos entre aproximarse a él
o continuar con su camino. No suele haber cropísculos en los manicomios, por
razones obvias dicen…
Por lo tanto hacía dos mil cuatrocientos cincuenta y dos días que no
veía uno. Sí, llevaba seis años, ocho meses y veinte días en el manicomio. Los
tenía contados. Hay pocas cosas que hacer allí adentro, quizá por eso la
costumbre de contar los días, como los presos. Recuerda lo que le dijo una tarde Fabían, entre amargo y amargo: “¿Sabés
lo que pasa flaco?, los de afuera necesitan quedarse tranquilos que son
diferentes a nosotros, que los locos estamos adentro, bien delimitados por el muro
que nos separa. Así se protegen de pensar que algo de esto puede pasarle a
ellos, creyendo que la línea divisoria entre la locura y la “normalidad” es tan
alta y rígida como el paredón del hospicio”.
“¿Un cropísculo acá adentro?,
¡qué extraño!” Se preguntó Luis. “¿Quién se lo habrá olvidado?”. Miró a su
alrededor y no había nadie en el largo pasillo del pabellón. Temeroso y
vacilante se acercó entonces y miró a través de él. Al principió la imagen con
la que se encontró le pareció difusa. Una
pared mal revocada y con la pintura gastada y sucia por el paso de los años,
fue lo primero que observó. En ella había escritas fechas, nombres, frases, las
cuales estaban superpuestas y se le volvían inteligibles. La suciedad, los
hongos y el paso del tiempo hacían imposible la lectura de las mismas. Pensó en
seguir con su camino, después de todo al parecer no había nada interesante que
ver a través del cropísculo.
Estaba a punto de marcharse, desilusionado, cuando de repente,
detrás del cropísculo lo vio. Sentado en un banco del hospicio, cebándose un
amargo, se hallaba un viejo con un sobretodo marrón. Los pocos pelos canosos
que le quedaban se dejaban mover suavemente por el viento de aquel agosto
cruel. “¿Será un paciente nuevo?” Se preguntó Luis. “¡Qué raro, nunca lo vi por
acá!”, pensó y se acercó un poco más al cropísculo para ver si llegaba a
distinguir quién era.
El viejo, mientras tanto, se cebó
otro mate. Si se lo miraba con detenimiento se podía observar sus ojos
cansados, su piel arrugada y su mirada triste. Su ropa, tan gastada como su
piel, dejaba entrever el daño que había ocasionado el paso de los años en ella.
El viejo suavemente sacó un cigarrillo del bolsillo de su sobretodo,
lo encendió, y entre pitada y pitada se cebó otro amargo. Luis, mientras tanto,
continuó mirándolo a través del cropísculo y mientras más fijamente lo observaba,
más patente se le volvía la sensación de cierta familiaridad con aquel anciano.
“De algún lugar conozco esos ojos verdes, los he visto antes.” Pensó Luis. “No
acá adentro, pero los he visto antes”. Tomó coraje entonces y se animó a
hablarle al hombre que se encontraba detrás del cropísculo.
-“Ey señor. Sí, aquí, detrás del
cropísculo, ¿me ve?. Disculpe la interrupción, pero creo que nos hemos conocido
antes, ¿lleva mucho tiempo acá adentro?”,le preguntó Luis al viejo.
-“Dos mil cuatrocientos cincuenta
y dos días pibe. Exactamente dos mil cuatrocientos cincuenta y dos días. ¿Te
preguntarás por qué tanta precisión? Es que hay tan pocas cosas que hacer acá
adentro…
Luis lo miró desconcertado.
Intentó esbozar una palabra, pero no pudo. Antes que eso suceda lo sorprendió
Estela, la enfermera nueva del pabellón.
-“´¿Qué haces con mi cropísculo,
Luis?, ¿Dónde lo encontraste? Llevo horas buscándolo, necesito retocarme el
maquillaje que tengo una cita a la salida del hospital”.
Daniela
Delgado
Una pista dejada allí, como al descuido nos cierra todo el cuento...Excelente Daniela!!!!! Adriana
ResponderEliminarConmovedor relato de un tema difícil y complejo, tratado con respeto y sencillez :) ♥
ResponderEliminarGracias a ambas! =)
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