Desde tiempos que ya no se recuerdan, el barrio de San
Patricio está atravesado por una coordenada geográfica, imaginaria y arbitraria
que sólo algunas pueden distinguir, pero saben que existe. Ni unas, ni otras la
atraviesan, salvo honrosas excepciones.
En la
zona sur habitan las chicas fuleras. Se las suele ver andar de aquí para allá
cantando alegremente la pretérita canción de rondas infantiles que reza: “Somos
chicas petiteras, flacas y fuleras del 63. Usamos medias amarillas, zapatos con
hebillas y hablamos en inglés… Oh yes”. Siempre les han dicho que las fuleras
debían compensar de alguna manera lo desagraciado de su aspecto, con la
simpatía y la inteligencia. Y como ellas son unas fieles seguidoras de este
precepto, cuando van a la verdulería del barrio lo hacen con una gran sonrisa,
acompañada de alguna frase de mediana inteligencia. Saben que si no lo hacen el
verdulero les dará la peor mercadería.
Las de la zona norte saben
que su esfuerzo es mucho menor, porque lo más importante se los dio la
naturaleza. Por eso, les alcanza con susurrar el estribillo de “Pretty woman” y
menear sutilmente el frente o el reverso de sus cuerpos. Así llegan a la
verdulería, confiadas en que su belleza las proveerá de las más lozanas frutas
y verduras.
Cuando regresan con sus
bolsas, y desde lejos, suelen hacerse demostraciones de las mejores espinacas y
manzanas obtenidas según los artilugios naturales o adquiridos. Estas exhibiciones
frecuentemente van acompañadas de gestos
que podrían considerarse de tonalidad verde.
Pero como no sólo de frutas
y verduras viven estas chicas, es necesario hacer manifestaciones de las bondades de cada
cofradía y ya se sabe que no hay mejor
defensa que un buen ataque. Por las noches cruzan la línea imaginaria y hacen intervenciones
urbanas en las paredes de los barrios. A la mañana, las fuleras encuentran
pintadas del tipo: “Lo que natura non da…Salamanca non presta” y en el barrio
de enfrente: “La suerte de la fea, la bonita la desea”
Otros días, en vez de
escrituras, lo que encuentran en sus veredas son verdaderos mensajes, pero no
pintados. Aparecen dormidos rubores, brillantes planchitas y policromos lápices
labiales. Las otras aceras se pueblan de enciclopedias de variados tamaños,
pesados diccionarios y discos de música clásica. Los únicos objetos que
permanecen en ambas veredas son los espejos, a los que cada grupo adjudica
disímiles valores semánticos.
El espejo es el elemento
fundante de este divisionismo, que pareciera estar modificándose
silenciosamente. Frente a él se puede producir la metamorfosis. Es un proceso
que lleva tiempo, a veces mucho, y que hace cambiar a las chicas de vereda.
Entonces algunas de las chicas grita: “¡sí! ¡Lo asumí! y se mudan de barrio.
Debemos también tener en cuenta, que siempre habrá alguna que nunca mude de
barrio y viva en el mismo por el resto de sus días.
Algunos estudiosos han
encontrado esbozos de un nuevo asentamiento barrial al que han denominado “Ni
muy muy, ni tan tan”. Estas chicas son muy tranquilas y no han entrado en la
ofensiva, se mantienen al margen de la contienda, mansas y a la espera
Es importante tener en
cuenta y no olvidar, que el nombre del barrio es masculino y quizás allí esté
centrado el problema. Las chicas de una y otra zona sueñan con un armisticio y
con la posibilidad de que este llegue, cuando reunidas todas en una asamblea
sin espejos, logren cambiarle el nombre al barrio.
Adriana
Junio
2014
Muy bien planteada la vieja controversia femenina y el gancho final de la reivindicación más actual.Felicitaciones, Adri!
ResponderEliminarGenial la construcción de los distintos universos femeninos, el humor recorre todo el texto. Felicitaciones!
ResponderEliminarMuy buena analogía, el universo femenino en su más realista versión felicitaciones.
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