jueves, 26 de junio de 2014

LA VENGANZA

El centro era un hormiguero, pero ya le quedaba poco para llegar a su casa. Con sólo tomar un subte, ya terminaría con ese sufrir vivido por tantos papeleos burocráticos. El ska que venía escuchando casi que calmaba su mente, lo mantenía aislado de ese tsunami formado por la gente al entrar y salir de los vagones. Llegó con su transporte a plaza Miserere – ya falta poco, camino un par de cuadras y estoy en casa- se decía a si mismo con una voz cansina. En un momento, más adelante sobre su misma vereda, le pareció ver una silueta familiar contemplando una vidriera. Trataba de deducir quién era aquella persona, se trataba de una mujer, pero no podía discernir de donde la conocía. Su andar lo llevaba a acercarse cada vez más a ella. Sus fatigados ojos, que habían sufrido una noche de mal sueño, mucho Internet y la falta de sus anteojos que supuestamente no debían quitarse; se esforzaron por descifrar la identidad de la mujer y por fin este intento fue el definitivo. La sorpresa que obtuvo fue desagradablemente grande, la mujer era Sofía, su flamante ex-pareja desde hacía ya dos meses.
La mañana había sido ya lo suficientemente mala para cerrarla con ese encuentro por lo que decidió aminorar su velocidad y cambiar el curso de sus pasos. Encogía los hombros como si esto pudiera hacerlo invisible. –¡Martín!- se escuchó a las espaldas del joven que siguió caminando como si sus oídos no entendieran español. –¡¡MARTIN!!- se escuchó de nuevo en medio del tumulto, pero esta vez con una fuerza e insistencia que el  muchacho no pudo evitar voltear y así cruzar su mirada con la de ella.
Sofía corrió hacia él y le dio un abrazo. El pobre no sabía cómo ocultar sus emociones. Su separación fue madura pero sólo en apariencia ya que Martín la amaba con locura y ella le rompió el corazón con su alejamiento. Es por eso que la odiaba, la odiaba tanto porque la amaba tanto y esos sentimientos más que contrarios, son como hermanos. Se pasa de uno a otro con frecuencia, pero están emparentados.
Su abandono le hizo perder la confianza en las mujeres, le destruyó la autoestima, le ennegreció el corazón y sobre todo engendró un profundo odio por ella en su interior. Pero por dentro mantenía una imagen calmada y austera, que daba a entender que ellos podían ser amigos de todas formas. Y es esa imagen la que Sofía comprendía.
Ella lo saludó con mucho cariño portando su brillante sonrisa y sus hermosos ojos, tras sus lentes ovalados. Martín le siguió la corriente pero sin dejar de pensar lo mucho que la odiaba, deseaba que ella muriera en ese mismo instante, que alguien viniera a asaltarlos y antes de irse le diera un mortal tiro a su ex-novia. Pero nada pasaba y ella solo seguía hablando de su nueva vida, su nueva pareja y su nuevo trabajo. La sonrisa formada en el rostro de Martín se tendría que traducir como el mayor enfado del mundo. Pensaba que esta chica no merecía una vida tan feliz, es mas no merecía una vida siquiera por lo que le había hecho. Se elevaron un poco sus cejas, cuando recordó que dentro de su mochila tenía una trincheta que había traído del trabajo. Sería rápido. Un golpe en el cuello y su rabia estaría saciada. La idea rodeó su mente un minuto pero se alejo rápidamente, había mucha gente alrededor mirando y serían muchos los testigos de su acto vengativo.
Sofía se ofreció acompañarlo un par de cuadras hasta su casa, pensó él que esto traería una nueva oportunidad. Llegaron al primer semáforo mientras aún le hablaba de forma constante. Martín tuvo un nuevo plan, un simple empujón eso era todo, un empujón que la arroje al tránsito. Tal vez no podrían culparlo, tal vez piensen que había cruzado mal la calle. Acercó muy despacio sus manos a su espalda, sus ojos estaban fijos y sus dientes mordían su labio inferior. Sin embargo en el último segundo, el semáforo cambió de color frustrando otra vez su deseo.
Llegaron a la puerta de su departamento. Sofía le pidió si podía devolverle un libro que dejó olvidado la última vez que estuvo allí, dijo que dentro de este tenía anotado un celular importante que necesitaba. Aceptó Martín sin dudar, pensó que esta podía ser la chance definitiva para castigarla. Subieron al pequeño ascensor y presionó el botón del piso cinco donde él vivía. El cubículo casi que los obligó a estar pegados. Esta vez no hablaron, solo esperaron hasta que la máquina los llevara a su destino. El botón de emergencia estaba detrás de Martín y fue así que comenzó a confabular un nuevo plan de venganza. –Trabo  el ascensor y la mato acá nomás- retumbaba una voz en su cabeza que casi no parecía la suya –usa la trincheta –dijo la voz ya tratándolo en segunda persona. Una mueca chueca se dibujo en su boca. Pero fue demasiado largo su pensar, ya que en un suspiro el ascensor había tocado el piso pedido. Entraron ambos al departamento y entre el desastre bibliográfico que Martín tenía junto a su cama, comenzó a buscar el libro. Cuando abrió el cajón de la mesa de noche para buscar el libro, se encontró con el arma que había comprado hace ya unos meses. El arma con el que había comenzado a practicar tiro en el polígono junto a un buen amigo que lo convenció. Serviría esa práctica tal vez, para drenar un poco el odio que esa mujer parada a sólo unos pasos había dejado en él. Su mano pasó por encima  del revólver, lo rozó un momento con las yemas de los dedos. Lo tomó y tratando de sofocar el ruido, jaló el martillo hacia atrás –esta vez sí –se oyó del aire que pasó delicado entre sus dientes apretados, casi inaudibles. Volteó, solo para chocar con un beso de una pasión desmedida sobre sus labios. Dejó en su lugar el arma. Sus brazos quedaron extendidos y sus ojos abiertos de la sorpresa. A su vez los brazos de ella se envolvían en su nuca y sus ojos permanecían cerrados y húmedos de lágrimas. Rodaron en la cama que estaba tan cerca.
Aún así, estando sobre ella, el pensamiento de Martín no se posaba en su cuerpo ni en su rostro, sino en su cuello. Era el momento ideal para ahorcarla, para acabar con el alma de esta ninfa que tanto dolor le había causado. Más Sofía lo volteo a un lado de la cama y era ahora ella la que tenía el mando sobre el cuerpo del vengativo muchacho. Una oportunidad mas que se esfumaba.
Despertó Martín luego de horas de sexo y sueño por el ruido de la puerta al cerrarse. Saltó de la cama y tomando el revólver se dirigió hasta el pasillo a buscar a su víctima para evitar su escape, pero nadie estaba para apuntarle. El corredor estaba vacío. Volvió a entrar intentando armar en su cabeza, una explicación lógica de lo que había pasado. Caminaba por el monoambiente desordenado estirando sus músculos. Luego salió al balcón con el arma aún en la mano. Miró al cielo, respiró hondo y la puso sobre su cien; jaló el martillo y choco fuerte sus parpados. Abrió los ojos justo cuando pensó que sería su último respiro y vio a su ex alejándose por la vereda. Extendió su brazo y le apuntó lo más a la cabeza que le resultaba posible. Puso el dedo en el gatillo, exhaló todo el aire para no moverse y tener un mejor disparo. Vio a la mujer que mas odiaba en el mundo dar vuelta a la esquina, sin que él pudiera dispararle. En un gran suspiro dijo –que se muera- tiró el arma junto a una maceta y entró otra vez a la casa. Con una mano ponía la pava y con la otra se secaba las lágrimas. 


EZEQUIEL OLASAGASTI

3 comentarios:

  1. Muy buen manejo del suspenso desde la mirada prodigiosa , de un escritor joven felicitaciones.

    ResponderEliminar
  2. ¡Bienvenido a las pistas Ezequiel!

    ResponderEliminar
  3. Tragicómico...excelente Ezequiel!!!!!!!!!!!! Adriana

    ResponderEliminar