Llovía a baldazos y la humedad de sus pies no lo dejaba
pensar. El viento arremetía con fuerza y le volaba el jopo. Intentaba
calentarse la nariz, escondiéndola bajo la polera verde musgo que llevaba
puesta. A pesar que en cada respiración, el desagradable hedor a metal, a grasa
y aceite se le impregnaba en la nariz,
exhalaba dentro y la calidez de su aliento le devolvía la sensibilidad. Abrieron
la puerta y tomó el número de la mano de un hombre gordo con cara de perro
bulldog, que inspiraba miedo. A pesar que no sabía bien dónde dirigirse, no
quiso preguntar y se acomodó en un costado de la enorme sala del Hospital
Posadas. Consultó la hora; eran las siete de la mañana y aun no amanecía en ese
invierno helado de Junio. Las piernas le temblaban debido al frio y al
cansancio físico que experimentaba. Venia de trabajar y hacia exactamente veinticuatro horas que estaba despierto. El cuerpo le enviaba mensajes subliminales;
se le aflojaban las piernas, le dolía la espalda, la cabeza le daba vueltas.
Necesitaba descansar.
El calor de la sala lo cobijó y lo hizo bostezar.
Adentro, al reparo del frio y de la lluvia, se estaba un poco mejor. Giró la
cabeza y vio que aun quedaban muchas más personas afuera, de las que habían en
la sala. Se apiadó de ellos y para no dormirse parado, comenzó a conjeturar las
razones que deberían tener para realizar
semejante vigilia en búsqueda de un maldito turno. Inmediatamente pensó en
Susana, su mujer, que ya debería estar en viaje a su casa. Seguramente ya estaría
en la estación de Ramos Mejía esperando el tren a Moreno, para luego tomarse el
501 hasta La Reja.
Se despidió de ella a las 9:30 de la noche anterior,
antes de irse a trabajar. Aun no llovía. La dejó en el hospital con una
banqueta, un pochito tejido y un bolso donde llevaba un termo con café, papel
higiénico, una revista y dos paquetes de galletitas Don Satur. Todas las provisiones
para pasar la noche en las afueras del hospital y así, conseguir un turno para
Laurita. A las 6:30 se dieron un beso frio y se despidieron. El la suplantaría.
Iban por el numero 14 y él tenía el 28. A medida que la
gente salía o se retiraba por los pasillos que se abrían para los costados,
otros tantos ingresaban a la sala con su número en la mano. Algunos cartones
eran verdes, otros rojos. El tenía uno verde. El bullicio era insoportable.
Consultó la hora otra vez; las 7:40. Sus pies seguían fríos y húmedos pero el
calor de las personas a su alrededor lo reconfortaban. Sonó el celular y era
Susana que le avisaba que ya estaba en Moreno, esperando el 501. Cortó y su
mirada se detuvo en una madre con un bebé en sus brazos que lloraba a los pies
del perro bulldog. No alcanzaba a escuchar que se decían o de qué se trataba el
escándalo. Lo supuso al ver al hombre cerrar la puerta de entrada y a las
personas que aun permanecían fuera, partir con desolación y cansancio. No había
más números. Era claro.
La mujer lloraba con fuerza y otra señora intentaba
levantarla del piso y calmarla, pero no había caso. Poco a poco los llantos se fueron
convirtiendo en gritos, en odio. Los gritos invadieron la sala y junto al perro bulldog aparecieron otros dos
hombres y una enfermera. Ninguno pudo calmarla. Quería un turno para el
gastroenterólogo. No alcanzó a escuchar como solucionaron el problema porque la
señorita que atendía en la recepción repitió su numero dos veces. Sintió alivio
porque eran las 8 de la mañana y ya casi estaba todo finiquitado. No contó con
la respuesta de la señorita. El turno para Laurita sería para el 13 de
Diciembre. No lo podía creer y por eso preguntó tres veces, pensando que había
oído mal.
—Lo siento señor. No hay turnos para la ginecóloga
infantil hasta Diciembre.
—Pero mi hija lo necesita cuanto antes… verá… —intentó
mostrarle la historia clínica y las ordenes.
—Lo entiendo. Pero no puedo hacer nada. No hay más turnos.
— ¿13 de Diciembre? ¿Antes no? Mire que es urgente…
Intentó convencer a la muchacha que lo miraba con cara de
nada y apuraba sus palabras y le devolvía los papeles que él le daba y le
mostraba.
—Por favor señorita. Fíjese otra vez. Hágame el favor.
—Ya me fije señor. 13 de Diciembre a las 10 am. ¿Quiere
el turno?
—Sí. Claro que sí.
“No hicimos semejante sacrificio por nada” pensó.
—Recuerde que debe ingresar la historia clínica antes de
hacerse atender. Ese mismo día.
— ¿Dónde la tengo que presentar?
—Tiene que sacar número, como hizo hoy. Pero esta vez le
van a dar uno rojo. Pasa por aquí y nosotros lo derivamos inmediatamente.
— ¿Usted me dice que tengo que volver a hacer la cola
toda la noche para que atiendan a mi hija?
—Sí señor.
Suspiró e inmediatamente pensó en la mujer con el bebé.
Sintió su odio e indignación en carne propia. Aun así, agradeció a Dios por
haber conseguido un turno.
ERICA VERA
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