Desde el
instante en que abrió los ojos para
salir de un sueño oscuro y pringoso, y mientras se esforzaba por dar una lógica
a sus pensamientos, sólo tuvo una seguridad: había llegado al estadio más bajo
de las conductas humanas.
Con esfuerzo
logró levantarse del sillón donde se
había dormido y trastabillando, fue hasta el baño. El gusto ácido de su boca lo
asqueaba y sin mirarse al espejo se
cepilló los dientes. Se lavó la cara con agua bien helada, y recién en ese
momento se atrevió a mirarse de frente; con horror descubrió que su camisa
tenía una enorme mancha roja.
Esa visión
lo ubicó definitivamente en la inexorable realidad. Hacía apenas unas horas
había dado muerte a su hermano.
El
resentimiento acumulado en toda una vida explotó con su magma de recuerdos.
Su niñez
había sido como la de cualquier niño, pero
con la llegada de su hermano todo cambió.
Se había
apurado demasiado a llegar a este mundo, y era pequeño y enfermizo. Nunca se
olvidó de las noches insomnes escuchándolo toser y resoplar con sus ataques de asma.
“Horacio es más débil”, era la muletilla de su
madre. Y sí, era el más débil, y con el tiempo comprendió que esa debilidad la
podía manejar a su antojo. Los ataques recrudecían cuando el padre, que era el
único que entendía ese manejo, lo reprendía cada vez que pisoteaba sus
cuadernos, o rompía sus juguetes. Pero
cuando su papá murió, todavía joven, la madre no encontró otro incentivo en su
vida que velar por el hijo menor, mientras que él debió abandonar los estudios
para conseguir un trabajo que pudiera cubrir las necesidades de los tres.
Con el
tiempo, Horacio se iba transformando en un joven apuesto y con todos los atributos
de su edad, que pudo terminar una carrera a sus expensas, mientras que él vegetaba en un
triste empleo municipal.
El día de
la graduación, habían ido a cenar afuera y en el momento del brindis la madre
le dijo “aprendé de tu hermano menor, que con la cruz de su enfermedad tuvo el coraje
de terminar una carrera”, mientras que Horacio aseveraba: “mamá somos pocos los
nacidos para el éxito”
Recuerda
que abrió la boca para decir que Horacio había dejado de ser un enfermo
crónico, y recordarles que en sus logros algo había tenido que ver su
sacrificio. Pero no se atrevió a hacerles frente. Fue cuando comprendió que a
lo largo de su vida sólo había aprendido a callarse, ejercitando su cobardía.
Y ahora su
madre acababa de morir, después de una larga enfermedad, que él se encargó de
velar. Lo hizo con conciencia, sin
ninguna palabra de agradecimiento y preguntando por Horacio que viajaba
constantemente y del que jamás tenían noticias.
No había
pasado un mes, cuando Horacio, que ahora era un hombre de gran fortuna, se
presentó en la casa para reclamar su parte.
De nada
sirvió explicarle que su vivienda era la casa familiar, y que no tenía medios
para poder dejarla.
“El viernes
a las diez de la noche estoy por acá, y si no me das una respuesta afirmativa,
te las tendrás que ver con mis abogados”, había dicho antes de retirarse con un
portazo.
Y el viernes
llegó, y a las diez en punto el hermano tocaba el timbre.
Él había
sido siempre un hombre pacífico, perruno casi, pero esa vez estaba decidido a reaccionar, ante el
primer insulto de su hermano.
Tal cual lo
imaginara, Horacio no escuchó razones. “Necesito la plata para hacer un negocio
importante, sólo te pido lo que me corresponde”, insistió.
- Sentate-
dijo él, y lo llevó a un sillón ubicado de espaldas a la cocina.
Cuando volvió a exponerle su ruinosa situación, de
los labios de Horacio, salieron las palabras que necesitaba para hacer efectivo
lo planeado “Siempre fuiste un fracasado”.
-Estamos
los dos muy nerviosos- dijo arrastrando las palabras, y agregó – con un poco de
alcohol, tal vez nos tranquilicemos. Enseguida vuelvo.
Utilizando
toda la fuerza de que era capaz, golpeó la nuca con un tirante que había
separado del cuarto de los trastos viejos, y una vez que su hermano estuvo en
el suelo, fue a buscar el hacha que
alguna vez el padre había usado para talar un árbol.
Ahora sólo
se recuerda con la bolsa de residuos, negra y pesada, arrastrándola por el
jardín, hasta llegar al cuarto del
fondo.
ELENA TAURISANO
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ResponderEliminarEste cuento te deja helado, perplejo...Muy bueno!!!!! Adriana
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