miércoles, 25 de junio de 2014

EL HERMANO MENOR

Desde el instante en que abrió los ojos  para salir de un sueño oscuro y pringoso, y mientras se esforzaba por dar una lógica a sus pensamientos, sólo tuvo una seguridad: había llegado al estadio más bajo de las conductas humanas.
Con esfuerzo logró levantarse del sillón donde  se había dormido y trastabillando, fue hasta el baño. El gusto ácido de su boca lo asqueaba  y sin mirarse al espejo se cepilló los dientes. Se lavó la cara con agua bien helada, y recién en ese momento se atrevió a mirarse de frente; con horror descubrió que su camisa tenía una enorme mancha roja.
Esa visión lo ubicó definitivamente en la inexorable realidad. Hacía apenas unas horas había dado muerte a su hermano.
El resentimiento acumulado en toda una vida explotó  con su magma de recuerdos.
Su niñez había sido como la de cualquier niño,  pero con la llegada de su hermano  todo cambió.
Se había apurado demasiado a llegar a este mundo, y era pequeño y enfermizo. Nunca se olvidó de las noches insomnes escuchándolo  toser y resoplar con sus ataques de asma.
 “Horacio es más débil”, era la muletilla de su madre. Y sí, era el más débil, y con el tiempo comprendió que esa debilidad la podía manejar a su antojo. Los ataques recrudecían cuando el padre, que era el único que entendía ese manejo, lo reprendía cada vez que pisoteaba sus cuadernos, o rompía sus juguetes.  Pero cuando su papá murió, todavía joven, la madre no encontró otro incentivo en su vida que velar por el hijo menor, mientras que él debió abandonar los estudios para conseguir un trabajo que pudiera cubrir las necesidades de los tres.
Con el tiempo, Horacio se iba transformando en un joven apuesto y con todos los atributos de su edad, que pudo terminar una carrera a  sus expensas, mientras que él vegetaba en un triste empleo municipal.
El día de la graduación, habían ido a cenar afuera y en el momento del brindis la madre le dijo “aprendé de tu hermano menor, que con la cruz de su enfermedad tuvo el coraje de terminar una carrera”, mientras que Horacio aseveraba: “mamá somos pocos los nacidos para el éxito”
Recuerda que abrió la boca para decir que Horacio había dejado de ser un enfermo crónico, y recordarles que en sus logros algo había tenido que ver su sacrificio. Pero no se atrevió a hacerles frente. Fue cuando comprendió que a lo largo de su vida sólo había aprendido a callarse, ejercitando su cobardía.

Y ahora su madre acababa de morir, después de una larga enfermedad, que él se encargó de velar. Lo hizo con conciencia,  sin ninguna palabra de agradecimiento y preguntando por Horacio que viajaba constantemente y del que jamás tenían noticias.
No había pasado un mes, cuando Horacio, que ahora era un hombre de gran fortuna, se presentó en la casa para reclamar su parte.
De nada sirvió explicarle que su vivienda era la casa familiar, y que no tenía medios para poder dejarla.
“El viernes a las diez de la noche estoy por acá, y si no me das una respuesta afirmativa, te las tendrás que ver con mis abogados”, había dicho antes de retirarse con un portazo.

Y el viernes llegó, y a las diez en punto el hermano tocaba el timbre.
Él había sido siempre un hombre pacífico, perruno casi, pero esa  vez estaba decidido a reaccionar, ante el primer insulto de su hermano.
Tal cual lo imaginara, Horacio no escuchó razones. “Necesito la plata para hacer un negocio importante, sólo te pido lo que me corresponde”, insistió.
- Sentate- dijo él, y lo llevó a un sillón ubicado de espaldas a la cocina.
Cuando  volvió a exponerle su ruinosa situación, de los labios de Horacio, salieron las palabras que necesitaba para hacer efectivo lo planeado “Siempre fuiste un fracasado”.
-Estamos los dos muy nerviosos- dijo arrastrando las palabras, y agregó – con un poco de alcohol, tal vez nos tranquilicemos. Enseguida vuelvo.

Utilizando toda la fuerza de que era capaz, golpeó la nuca con un tirante que había separado del cuarto de los trastos viejos, y una vez que su hermano estuvo en el suelo, fue a buscar  el hacha que alguna vez el padre había usado para talar un árbol.


Ahora sólo se recuerda con la bolsa de residuos, negra y pesada, arrastrándola por el jardín,  hasta llegar al cuarto del fondo.

                                                                                            ELENA TAURISANO

2 comentarios: